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críticas chatarras

miércoles, febrero 21, 2018

cuando el hombre frente al timón titubeó 


LAS HORAS MÁS OSCURAS
data: http://www.imdb.com/title/tt4555426

Hace unos días, decíamos en este blog que “The Post” (http://libretachatarra.blogspot.com.ar/2018/02/cuando-creiamos-en-los-periodistas.html) complementaba a “Todos los hombres del Presidente”. “Las horas más oscuras” hace lo propio con “Dunkerque” (https://libretachatarra.blogspot.com.ar/2017/08/tres-elementos-en-tres-tiempos.html). Es un buen ejercicio para ver lo que pasaba en casa, mientras el ejército británico estaba atrapado entre el mar y el ejército nazi. Y es un buen ejercicio para entender que la historia no se conforma homogénea y linealmente, sino que es una dinámica de contramarchas de egos, azar, voluntades y torpezas. El hombre providencial, en el momento justo, titubeó. Y ante el coro de expertos que recomendaba ceder, el hombre escuchó la voz de su pueblo y tomó la decisión que lo ubicó en la historia grande de la humanidad.

Habíamos visto otras películas sobre Winston Churchill: dos telefilmes de HBO, con Brendan Gleeson (http://www.imdb.com/title/tt0992993) y con Albert Finney (http://www.imdb.com/title/tt0314097) y una más reciente con Brian Cox (http://www.imdb.com/title/tt2674454). Nos parecieron más acertadas, desde el punto de vista del guion, que esta versión de Joe Wright con libro de Anthony McCarten. Lo que sí supera a las anteriores, es la encarnación que Gary Oldman hace del Primer Ministro británico. Y eso no desmerece las muy buenas actuaciones de los actores antes citados sino que remarca el excepcional trabajo de Oldman. Literalmente, Oldman se pierde en el personaje. Y ése es el mejor elogio que podemos hacerle a un actor: no reconocerlo.



“Las horas más oscuras” describen un momento específico de la Segunda Guerra Mundial: los días que van desde la asunción de Winston Churchill como Primer Ministro (relevando a Chamberlain) y su decisión de resistir y no iniciar tratativas de paz con las potencias del Eje. Churchill, fuertemente cuestionado por el establishment, enfrenta dos problemas cruciales: las tropas británicas están a punto de ser exterminadas en Dunkerque; Hitler se campea por Europa y amenaza invadir Gran Bretaña. Como líder, Churchill debe decidir entre resistir o buscar un tratado de paz. Y ésa es la principal disyuntiva dramática del filme: una guerra que puede llevar al exterminio o una paz humillante que asegure la existencia.

Lo notable de la película es que describe las distintas posturas políticas, las agachadas, las actitudes ruines, la vocación de servicio de los actores de esos años. Nos queda claro que nunca las cosas son luminosas, incontrovertibles, indudables. Churchill tiene una foja de servicios desastrosa, con Galípoli como la cereza del postre, con miles de muertos. Es un tipo depresivo, alcohólico, temperamental. Con la mano en el corazón, parecía no tener el perfil adecuado para estar en ese puesto, en ese momento. Pensemos qué dirían hoy los medios de comunicación a un líder con ese currículum, qué chances le darían de poder llevar a cabo su tarea.



Del otro lado, políticos profesionales con una versión pacifista de la historia, intelectuales brillantes y estables. Pero con una cosmovisión de la coyuntura equivocada. No podían salir de su matriz mental. Su compresión de la realidad los llevó hasta ahí, con un Hitler tanteando límites y violándolos, uno a uno. Pero aunque la evidencia muestra que la política llevada hasta entonces fue errada, la dirigencia continúa pensando de la misma forma. Los enemigos políticos de Churchill creen, patrióticamente, que lo mejor para la Gran Bretaña es firmar un humillante tratado de paz con Hitler y Mussolini. Ahí hay un punto de reflexión: la visión iluminada de una elite incapacitada de percibir sus fracasos.

Lo que rompe esa disyuntiva es, paradójicamente, el contacto de Churchill con los exponentes más llanos de la sociedad. La memorable escena del Primer Ministro en el vagón del subte (anécdota que algunos estiman cierta) es una buena metáfora de lo que es ser un líder político: el representante de un colectivo al que hay que escuchar y no subestimar, más aún, cuanto más grave sea la hora. Al fin y al cabo, parece ser la lección, si estamos acá es por ellos que están allá y van a afrontar las decisiones que tomemos.



Hay otra idea en el filme en la que vale pensar. El poder de las palabras para provocar una acción. Cerca del final, cuando un grupo de parlamentarios está por asestar el golpe por la espalda a Churchill, éste, con un discurso, da vuelta la jornada. “¿Qué acaba de pasar?” pregunta uno de los derrotados. “Movilizó a la lengua inglesa y la envió a la batalla” contesta, aún atónito, el otro. Algún profesor de retórica supo indicarme que un discurso busca provocar en el otro, un cambio de actitud. Lograr con las palabras que el que escucha actúe como uno quiere. Esa magia, aún en estos días de redes sociales e imagen mediática, se mantiene en vigencia.

Si “Las horas más oscuras” logra llamar la atención del espectador, no es por su originalidad para plantear la historia. El relato es lineal. No hay grandes hallazgos. Pero brilla porque la historia de base es tan fuerte que supera el poco esfuerzo para llevarla a la pantalla. Por eso podemos recomendarla, aunque no sea una gran película desde lo cinematográfico. Vale por lo que cuenta; no por cómo lo cuenta.

Mañana, las mejores frases.

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