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críticas chatarras

jueves, julio 06, 2017

baches en el camino de una idea 


DULCES SUEÑOS
data: http://www.imdb.com/title/tt4746506

“Dulces sueños”, la película del italiano Marco Bellochio, ha extasiado a la crítica local al punto de señalarla como una de las películas destacadas de la cartelera argentina. Discrepamos parcialmente con esa opinión: “Dulces sueños” es una buena película, con una idea interesante (un duelo no elaborado en la infancia que influye en la adultez del protagonista) ejecutada con ciertos toques de torpeza. El guion del propio Bellochio, Valia Santella y Edoardo Albinati (basada en la novela autobiográfica de Massimo Gramellini) alterna momentos sutiles con brochazos gruesos. El resultado es desparejo. Trataremos de señalar algunos puntos notables de la trama de “Dulces sueños” e identificar otros no tan buenos, como meros apuntes para el guionista en pañales.

En primer lugar, la historia de “Dulces sueños” es muy fuerte. Un niño pierde a su madre, fallecida de un infarto súbito, en los años ’70. Sospechamos que hay algo más en la muerte de la mamá de Massimo cuando vemos las escenas en la que madre está con cara de preocupación y distraída. El niño reacciona como su padre y parientes: como puede. Y el trauma recibe una respuesta de su parte: negación. Lo interesante del planteo de “Dulces sueños” es, no ya la muerte, sino como ese duelo mal resuelto define la vida de Massimo de adulto.

Hay cosas que Massimo no ha terminado de cerrar. Cuando niño, ha mentido a sus compañeros de colegio diciendo que su mamá está viva y vive en otro país. Como le dice su maestro: “Tu mentira es inofensiva para quien la escucha, pero no para ti”. Massimo arma una coraza para protegerse del dolor. Y cuando crece, esa coraza se ha convertido en una auténtica prisión para sus sentimientos.



En lo mejor del guion de “Dulces sueños”, hay algunas concordancias que explican esta evolución (o mejor dicho, no-evolución) del personaje. En una de las primeras escenas, lo vemos bailar con su madre cuando era un niño. De grande, lo veremos yendo a buscar a una novia a una discoteca y cuando la ve bailar, copada, entregada a la danza, se da media vuelta y la deja. Otra novia, lo invitará a bailar y dudará. “Yo no bailo” declara. Pero la atracción por esa mujer (la muy bella Berenice Bejo), lo fuerza a meterse en el baile (a meterse en la vida). Massimo se convierte en la estrella del baile. Su danza es, por momentos, atolondrada, enérgica, desbordada. Como si hubiera reprimido las ganas de vivir durante todos esos años y ahora estuviera dándose permiso.

Esa escena del baile es una de las sutilezas que señaláramos al principio. Sin necesitar de decir nada, entendemos al personaje y su problema. Esos detalles son de buen guion.

Hay otros puntos parecidos: su pasión desapasionada por el Torino, un equipo que también se vio congelado en su historia por un hecho luctuoso, la tragedia de Superga, la caída del avión que llevaba al equipo profesional de la institución, cuyos jugadores eran la base de la Selección Italiana. Torino no se pudo recuperar de esa tragedia: quedó congelado en 1949, en ese momento trágico. Como Massimo, a veces una muerte congela, paraliza, inhibe, incapacita de por vida.

Massimo tiene anestesiada la pulsión por vivir. Una de sus novias lo define con exactitud en una discusión: “Ése eres tú: el hombre con las manos delante, por si se cae”. Massimo es un observador de la vida, un tipo que puede transitar la guerra de los Balcanes y no vibrar.



Otra escena también tiene un eco en su pasado: la “reconstrucción” para una foto, de una madre asesinada en la guerra de los Balcanes. Massimo asiste a la puesta en escena que hace su fotógrafo y no reacciona. Ve al niño, indiferente en su silla, leyendo un libro, como si de ese modo pudiera borrar la presencia de la tragedia. Una negación que le trae recuerdos, que lo acerca a su drama personal.

Uno puede vivir ignorando el dolor. Pero éste tiene sus propios medios para revelarse. En el caso de Massimo es un ataque de pánico tras ver un recuerdo de su madre. No por casualidad, Massimo busca ayuda y encuentra a la mujer que lo arrancará de esa quietud malsana. Es médica: curará su alma, como curará su cuerpo.

En las últimas escenas, Massimo recibe un dato revelador sobre la muerte de su madre que los espectadores (menos el protagonista, por supuesto) tenían claro desde el principio. El hecho evidente que no fue analizado por Massimo es consistente con el acto de la negación. El dolor inmovilizante de esa revelación es el primer paso para su recuperación. “Dejala ir” aconseja Elisa. Es lo que el pequeño Massimo debió hacer en su momento. Y la dilación de ese acto lo llevó al presente en crisis en el que se encuentra.

Estas reflexiones son las que aporta la película y pueden calificarse de hallazgos. Del lado del debe, el filme se extiende más de lo debido. Intercala algunas escenas que bordean el kitsch (la lectura de la carta de lectores, por caso) y hay parlamentos artificiales, personajes que filosofan en voz alta y le quitan verosimilitud a los textos. Como agravante, muchos de estos textos están recitados desde un pobre nivel de interpretación actoral. En este sentido, cabe encontrar concordancias entre los actores italianos y los argentinos en esa escuela de sobreactuación y voz engolada. No es el caso de Berenice Bejo que aporta una frescura que la revela como proveniente de otro estilo de actuación.
Hay otras secuencias que podrían tener sentido funcional pero que no están bien ejecutadas. La de Emmanuelle Davos es un ejemplo. Que el pequeño Massimo vea como sus compañeros tienen lo que él no, podría tener cierto sentido dramático. Pero las escenas no terminan de ser espontáneas. Parecen insertadas a la fuerza en la trama.



Otro ejemplo de capricho es la escena en la que Massimo obliga a su madrina a contarle cómo murió su madre. En ese caso, podría habérselo dicho directamente. O que Massimo encontrara el recorte de diario, accidentalmente, al vaciar la casa de su padre fallecido. En ambos casos, no se necesita llamar a la madrina a la 2 de la mañana, para que venga a consolarlo. Ni ella levantarse y buscar el recorte en la biblioteca, algo que se hizo varias décadas atrás. Digamos: esa voltereta no aporta credibilidad a la secuencia y es innecesaria en términos de guion. ¿No era más fácil toparse con el artículo y ahí que Massimo rememorara los actos de su madre que no había comprendido hasta ese instante?

“Dulces sueños” podría haber mejorado esmerilando estos puntos superfluos. Para la crítica nacional, estas fallas (toscas en muchos casos) no amerita para bajarle la puntuación a la película y tratarla de obra maestra de Bellochio. En esta página valoramos tanto la forma como el fondo. Entendemos que la película es mirable, la historia valiosa y la ejecución floja. No invalida la obra, pero no deja de quitarle méritos. Ver la película que pudo ser no le agrega méritos a la película que es.

Mañana, las mejores frases.

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