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críticas chatarras

jueves, junio 29, 2017

una razón de dignidad 


YO, DANIEL BLAKE
data: http://www.imdb.com/title/tt5168192

Historia sencilla sin dobleces, como el protagonista, un carpintero viudo, solidario, frontal y mal hablado, que se pierde en los vericuetos de la burocracia inglesa para conseguir un subsidio por invalidez. Acorde al estilo de denuncia social, típico del cine de Ken Loach, su director, el guion de Paul Laverty describe la indolencia para otorgar lo que es un derecho. Pero Daniel Blake no es una víctima, porque él mismo ha decidido no serlo. Daniel se pone de pie y exige lo que es privativo de todo ser humano: ser tratado con respeto y dignidad.

“Yo, Daniel Blake” es una historia de la clase media, pero de una clase media sumergida en el capitalismo global de este tiempo. Los acuerdos de posguerra que establecieron cierta certidumbre a la clase trabajadora, hoy están hechos trizas. Y la sociedad se volvió un lugar complicado, con seres compitiendo por puestos que no alcanzan para todos y con la desidia de un gobierno conservador que ha elegido cansar a los que solicitan una ayuda. Ken Loach no busca una respuesta a esta situación. Sólo describe. Sólo denuncia.



Sin embargo, Daniel Blake tiene una respuesta a ese mundo hostil que le toca vivir en el final de su vida. Es la solidaridad. Blake lidia con su problema pero también con el de Katie, madre sola con dos hijos, que cae junto a él, en la rueda trituradora de la maquinaria de asistencia social. Blake y su caja de herramientas muestran que es un hombre útil, productivo, capaz aún de arreglar una casa y transformarla en un hogar. Pero este hombre no tiene un lugar en la sociedad actual. Y ésa es la auténtica tragedia que retrata Ken Loach.

La clave de “Yo, Daniel Blake” es la indiferencia. Blake clama. Pero encuentra del otro lado gente que no quiere escuchar. Gente que no lo escucha. No hay manera de resolver las demandas de Blake porque el sistema tiene un objetivo: desalentar; complicarle la vida a quiénes debería solucionarle sus problemas. La forma que Blake lidia con la seguridad social británica nos recuerda a las pesadillas del mundo de Kafka. La apelación a un protocolo, como algo superior y ajeno a la comprensión del común, es una constante en cada oficina donde Blake pena con su pedido. No es que nadie escuche; es que nadie quiere escuchar.



Tal vez allí esté la tragedia de esta época: demasiada gente sin querer escuchar los problemas de los otros por demasiado tiempo. Hay otra tragedia: la sociedad no valora a las personas por lo que pueden crear, por su habilidad para mejorar el mundo. Katie sueña con terminar sus estudios: pero con dos niños a cargo, la sociedad le dará sólo una chance infame para ganarse la vida. La biblioteca que Blake construye con sus manos, es un símbolo de un mundo que se fue, un tiempo en que una persona honesta podía ganarse la vida con su esfuerzo.

Las palabras finales de Daniel Blake nos revelan su postura en la vida, desde su simplicidad de carpintero: “Soy un hombre... no un perro. Como hombre que soy, exijo mis derechos. Exijo que se me trate con respeto. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano”. Porque, como también sabe decir Blake al burócrata de turno, cuando se pierde la dignidad, se pierde todo.



En esta historia de la clase obrera en ruinas, Ken Loach roza (tal vez sin quererlo), otra tesis más profunda: la dignidad es un bien esencial. Sin ella, podremos sobrevivir, lo que no significa que no hayamos muerto con su pérdida.

Nadie mejor que Dave Johns para personificar a este tierno protagonista. Sólo verlo en las primeras escenas y nos hacemos una idea de cómo es el personaje, de esa transparencia ética que logra sólo con mirarnos de frente. Hayley Squires se destaca como Katie. Y hay una escena que guardamos en el arcón de los recuerdos: la situación de Katie con el pote de salsa, en el banco de alimentos.

Mañana, las mejores frases.

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