jueves, julio 14, 2016
frases de “Florence”
Cuando tenía dieciséis años de edad, mi padre me dijo que si no renunciaba a la música, me desheredaba. Por supuesto… no entendía que la música es mi vida.
-¿Te imaginas lo que se debe sentir tener a tres mil personas en la palma de tu mano?
-Hmm…
-Me gustaría tomar algunas lecciones más.
-¿Qué tal un pianista?
-Sí. Voy a necesitar a alguien. Alguien con pasión.
Ahora debo advertirle: yo trabajo muy duro. Estudio una hora todos los días. A veces, dos.
Hay mucho trabajo por hacer… Pero nunca has sonado mejor.
-Maestro… es cierto que muchas de las cantantes de mi edad están en declive. Pero yo parezco estar cada vez mejor y mejor.
-Lo sé. Es difícil de creer, ¿verdad?
-Bueno… soy muy afortunada.
Como dijo Beethoven: “Algunas notas equivocadas puede perdonarse. Pero cantar sin sentimiento no”.
Bien, si le puede perdonar a mi pequeña Florence sus pequeñas excentricidades se dará cuenta que ella es una persona muy generosa.
Maestro, ¿cree que estoy lista para un concierto?
Expanda el diafragma, Florence.
La dama es una lección de coraje y por eso la queremos.
-Creo que la señora Florence podría necesitar más lecciones.
-Por favor, mi esposa está enferma. Cantar es su sueño y se lo voy a dar.
-¿No es el nuestro un mundo feliz, Cosme? ¿No tenemos diversión?
-Por favor, Señor Bayfield…
-¿Ves que tenemos que ayudarla…? Porque sin lealtad no hay nada.
-¡La van a matar cuando salga!
-¿Crees que no soy consciente de ello? Durante veinticinco años, mantuve a raya a los burlones y bromistas de la bahía. Estoy muy consciente de lo que pueden hacer. Pero Florence ha sido mi vida. La amo y creo que tú la amas también. ¿Hmmm? Cantar en el Carnegie Hall es su sueño y se lo voy a dar. La única pregunta ahora es si va a estar su socio y amigo en esa hora de necesidad o si vas a concentrarte en tu ambición. Por favor, Cosme… ¿quieres tocar para tu amiga?
-Bravo, conejito.
-¡Todas las opiniones son geniales!
-Sí.
-¿Podemos intentar otra toma?
-¡Oh! ¡No veo por qué! Me pareció perfecta.
Este es mi lugar favorito en el mundo. Y voy a cantar aquí.
-Sólo creo que esto podría ser demasiado grande para ti.
-Si verdaderamente me amas, me dejarás hacerlo.
-Su condición es estable. ¿Cuál es su secreto?
-Música. Vive para la música.
-La música es importante. ¡Nadie debe tomarla a burla!
-Ella ha hecho más por la vida musical de esta ciudad que nadie, ¡incluyéndolo!
-Esos hombres… han visto horrores. Necesitan alegría… necesitan música.
-Pero tengo miedo.
-No lo tengas. No lo tengas. Van a amarte.
Es por esto que vivimos, ¿no es cierto? Por este momento.
-Demasiada… demasiadas plumas… ¿qué piensas?
-El número perfecto de plumas. Tensas y elocuentes.
La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté.
miércoles, julio 13, 2016
la Ed Wood de la lírica
FLORENCE
data: http://www.imdb.com/title/tt4136084
Uno de los momentos que recuerdo con más simpatía de la “Ed Wood” de Tim Burton (http://www.imdb.com/title/tt0109707), era la expresión del protagonista diciendo: “Corte. ¡Perfecta! Impriman” cuando terminaba de filmar una escena en la que los decorados se movían, los actores sobreactuaban, las luces daban sombras sobre las caras y el guión chorreaba con un fuerte olor a rancio. El tipo ponía tanto entusiasmo en su incapacidad para hacer cine que uno no podía más que envidiarle ese optimismo hacia su obra, esa inocencia despojada del cinismo de la excelencia. Ese recuerdo emergió con la visión de “Florence”, la muy buena película de Stephen Frears que nos cuenta la verdadera historia de Florence Foster Jenkins, la que hizo lo mismo que Ed Wood pero en el campo de la lírica, hasta ganarse el lugar de ser la peor cantante de la historia.
Florence Foster Jenkins era una rica heredera divorciada que apoyó la vida cultural de Filadelfia y Nueva York en los albores del siglo XX. Sostén económico de las veladas musicales, Florence no se conformaba con ser mecenas de las grandes voces de la lírica: ella subía al escenario y pegaba unos alaridos descompasados, con unos vestidos ridículos hechos por ella misma. Y, contra lo que pudiéramos pronosticar, llenaba salones para escucharla cantar mal y reírse de ella. Florence seguía adelante, se comparaba con las mejores voces del momento, descartaba las críticas y los gritos como la reacción de los envidiosos y hasta se dio el gusto de cantar (y llenar) el Carnegie Hall.
Stephen Frears toma la historia de Florence y la desenrolla con mucho amor por sus personajes. El guión de Nicholas Martin trata de personajes que hacen el ridículo, pero Martin fue lo suficientemente astuto para no ridiculizarlos. Amamos los intentos de Florence, admiramos su valentía, danzando sobre la cuerda floja delante de un público feroz, como todo artista. Que era un desastre, no se puede negar. Pero su corazón, su empeño, tenían la veracidad, la fe poética, del artista pleno.
En ritmo de comedia, Frears pinta sus brochazos de carcajadas con algunos toques de melancolía, algunos delicados tonos de tristeza. Florence adquiere otra dimensión cuando vemos los secretos ocultos de la dama de sociedad, cuando asistimos a la intimidad, en brazos de su marido, para llegar desfalleciente a la cama.
Para templar las sutilezas de la historia, para reírnos y llorar junto a los claroscuros de los protagonistas, era básico contar con notables intérpretes. Y Frears se apoya en la descomunal Meryl Streep (¿vale aclarar que en otro papel antológico?) y en, posiblemente, la mejor actuación que le hayamos visto a Hugh Grant, como St Clair Bayfield, marido y organizador de las actuaciones de Florence. Es una delicia, una auténtica delicia, ver las escenas de cada uno y cómo se potencian cuando comparten pantalla, sobre todo en esos delicados momentos que nos asomamos a la astillada vida íntima de un matrimonio que se ama de tal manera que uno de ellos no duda de exponerse al ridículo público para satisfacer el gusto del otro.
Se desvanecen los títulos finales de “Florence” y nos preguntamos cuán consciente era la auténtica Florence Foster Jenkins sobre su incapacidad para el canto, si había en ella una dosis alta de chantada o si vivía en su nube, en el aislado palacio del autoelogio. Stephen Frears sabe subrayar un punto intermedio: construir una ficción donde ser feliz, un mundo alternativo donde dejar de lado las onerosas facturas que suele pasar la vida. En algún momento del filme, un médico le pregunta a St Clair como pudo Florence sobrevivir tantos años con una enfermedad de base mortal para la época: “Música. Vive para la música”.
Ésa es la clave de la historia, ése es el motor que mantiene viva a Florence. Aceptar su mediocridad era aceptar su muerte. Y tener el valor de aspirar a las alturas aunque uno sepa que se no cuenta con las alas robustas para tal proeza, no deja de ser un hecho artístico en sí mismo.
Salimos del cine agregando una reflexión: cuántos de nosotros, los cancheros que silbamos y nos reímos desde la comodidad de una butaca, hubiéramos tenido el valor de subir a un escenario a tender el corazón palpitante a un público sediento de sangre.
Imperdible. Una película para disfrutar.
viernes, julio 01, 2016
el peso de la culpa
JULIETA
data: http://www.imdb.com/title/tt4326444
Pedro Almodóvar nos da una de sus más áridas películas, adaptando tres cuentos de Alice Munro. Cuando decimos árida, no queremos decir que es una película difícil de seguir. Tiene una simpleza clásica. Decimos árida porque la historia que nos cuenta Almodóvar no ofrece flancos para el delirio, para el desborde, para el brochazo grueso. Es austero en esta crónica del dolor que no se puede despegar de la piel, retrato de un proceso sin solución ni sentido, revolotear del pasado que se disfraza de culpa para amargar al presente.
En esa economía de recursos para asomarse al drama de Julieta Arcos, Almodóvar exhibe su diestra mano maestra para señalarnos con las imágenes. Es una película que vale sentir en sus planos, sus colores, sus escenografías, su iluminación. Dice mucho el ropaje que viste esa historia. Hay una sintaxis visual en paralelo a la aparente (sólo aparente) levedad de la historia de Julieta.
Asistimos a un comienzo radiante en la vida de Julieta Arcos: se va a vivir a Lisboa con su pareja, Lorenzo (un Darío Grandinetti digno representante de la Escuela de Sobreactuación del Gran Actor Argentino; afortunadamente no está mucho tiempo en pantalla). En plena mudanza, tira a la basura un sobre celeste. El tiempo que se toma para desecharla, revela que es un dato importante de su pasado. Un nuevo tiempo se abre para Julieta, un momento que presumimos apto para el reposo final de una madurez con amor y serenidad.
Al día siguiente, el último día en Madrid, Julieta se cruza con una joven que la reconoce, la saluda y le dice que acaba de ver a su hija en un viaje a Como, que se la veía bien y que tenía tres hijos.
El terremoto acecha a la vuelta de la esquina. Porque esa charla cambia todos los planes de Julieta que ha venido sosteniendo su vida durante los últimos doce años, intentando olvidar lo que no se puede olvidar tratando (en vano) de reinventarse otra vida.
Lo que sigue es el secreto que Julieta ha estado guardando estos años: qué pasó con su hija y porqué dejó de verla.
Almodóvar elige dos actrices para encarnar a Julieta Arcos: Adriana Ugarte en su juventud; Emma Suárez en su actualidad madura y sufriente. La transición de una actriz a otra se logra con dos magistrales pases: un fundido del presente al pasado; una toalla que seca a Ugarte y descubre a Suárez. Detalles de maestro. Para la mayoría de los espectadores les pasará desapercibido. Pero esa transición, tan elegante y breve, es un ejemplo de buen cine que escasea (cada vez más) en estos tiempos.
Hay otro detalle visual constante en la trama: el rojo y el azul. Esos colores se entrelazan, una y otra vez, en la vida de Julieta. Azul es el pulóver que lleva en el tren; roja es la chaqueta que lleva Xoan. Roja es la mitad de la pared del departamento que va a dejar Julieta; no es en vano que falta el azul (azul es el mar de Xoan). Rojo y azul es su pulóver cuando toca Madrid por primera vez. Presten atención al cruce del rojo y al azul, en las escenografías, en la fotografía, en la repetición de ese contraste en vestidos, paredes, calles.
El tema central de “Julieta” es la culpa. La culpa de intentar ser feliz. Los personajes de “Julieta” conviven con esa contradicción: el egoísmo por ser feliz, a costa de dejar al moribundo, al fallecido, al inválido. Julieta reemplaza a la esposa de Xoan antes de que ella fallezca; Xoan retoza con su amiga Ava cuando las esposas (tanto Julieta como la anterior) no están en su cama; el padre de Julieta hace lo propio que su hija.
Ser feliz (satisfacer los deseos de la carne, la sensualidad del ser) implica olvidar a los que quedan atrás, exige prescindir de los que arrastran la muerte a su lado. Y esa traición es básica para proseguir la vida. (El símbolo del viajero del tren, el tipo solo sin nada más en el bolso, esto es, sin futuro, al que ya nadie quiere darle la chance de escuchar).
En la vereda de enfrente Marian (la excepcional Rossy de Palma) y Antía son los personajes que señalan con el dedo, los que ejercitan el derecho de adjudicar la culpa. Marian en su gastado cuerpo ajeno; Antía cayendo en manos de una secta religiosa para no afrontar su iniciación amorosa con su amiga Bea.
El drama central de Antía es que ha sido feliz cuando su padre (su mayor amor) ha muerto. Esa actitud, humana y normal, es lo que la paraliza y la aleja de sus afectos. Por no caer en el pecado de egoísmo de ser feliz, cae en otra falta aún mayor: el del desprecio de aquellos que la aman.
Aunque no tenga el mismo tenor, Julieta ve en Antía un espejo: también ella ha censurado la elección por la felicidad que ha hecho su padre.
“Tu ausencia llena por completo mi vida, y la destruye” escribe Julieta en la mejor frase de la película. Algunas personas sólo pueden dar, como Antía, esa retribución: dolor.
El final es abrupto, no demasiado convincente. Esperábamos otro tipo de corte a la historia de Julieta. Pero cierra desde la lógica: otra muerte que permite entender. Sólo cuando se pierde un hijo puede entenderse que no es necesariamente trágico perder un padre. A algunos (como a Antía) le lleva toda la vida.
Sobrevuela en “Julieta” una última idea: como las elecciones pueden torcer nuestra vida para siempre. Como algunas vidas están presas, para siempre, de una elección que ni siquiera ha sido suya. Un enojo, una charla que no se lleva a cabo, una salida al mar apresurada, puede cambiar todo lo que dábamos por seguro hasta entonces.
Así de frágil e incierta es la vida como para que no aprovechemos las pocas oportunidades de ser feliz que hay desparramadas entre tanto dolor, muerte, soledad y hastío.
Recomendada. Nos gustó mucho este Almodóvar. Para no dejar pasar.