sábado, febrero 21, 2015
la lucha épica del actor con su personaje
BIRDMAN
data: http://www.imdb.com/title/tt2562232
Visualmente audaz, feroz, un descenso sin concesiones al infierno actoral. Carrusel del entorno que esmerila sin piedad al protagoista: el público, el crítico, el productor, las amantes, los fanáticos. La fauna alrededor de un estreno, un día agitado que terminará con gloria o fracaso para Riggan Thomson, un actor que alcanzó el éxito en Hollywood bajo el disfraz de superhéroe y que ahora intenta lograr reconocimiento como actor serio con una obra sobre un libro de Raymond Carver. La vida de Riggan se cae a pedazos. Todo tiene el aroma de la catástrofe. Y esa lucha de un día es heroica: el combate de un hombre, un ego, que quiere persistir.
Alejandro González Iñárritu tiene un estilo particular que provoca el enojo de la crítica local. Observando algunas de las críticas nacionales al filme de González Iñárritu, vale recordar la escena en la que Riggan insulta a una crítica que va a destruir su obra antes de verla. “¿Qué pasa en la vida de una persona para volverse un crítico?” grita Riggan “Nada de esto te costó nada. No arriesgas nada”.
Esa es la clave: Riggan es un neurótico, egocéntrico, creído, antipático. Pero se juega todo al subir a un escenario. Arriesga lo poco que le queda, renuncia a su zona de confort, se anima a tirar su honra a los perros. Es perversa la actitud del entorno, de los que apuestan a su destrucción, los que remueven con fruición en la carroña. Literalmente Riggan deberá derramar sangre para satisfacerlos.
¿En qué punto el acto artístico perdió significado por sí mismo? En algún momento, lo meramente actoral, el evento lúdico, dejó de ser valorado como excluyente por el espectador para incluir otras variables externas. Las redes sociales, el éxito o el fracaso, el dogmatismo de la crítica, el linchamiento. A Riggan lo juzgan antes de ver la obra. Más aún: lo honrarán antes de verla, por un hecho externo al acto artístico. De alguna manera, el entorno ha logrado salirse con la suya.
“Birdman” no es otra cosa que el esfuerzo de un actor para sacarse un personaje exitoso de encima. Riggan necesita librarse de ese alter ego alado que lo persigue, lo acecha, boicotéandolo. Hemos visto infinidad de actores instalados en el espacio de la comodidad, plácidos en un lugar en el que ya estuvieron y, por lo tanto, en un ambiente en el que tienen el control. Pero el acto creativo si no navega por las aguas del asombro, de lo nuevo, de lo desconocido, deja de ser creativo y se convierte en una mueca, una caricatura de lo que supo ser. (Ese vicio es muy común, cabe decir, en los actores argentinos). Lo paradójico es que el gran público, la masa, el espectador promedio, le pide a los artistas la repetición, se muestra impiadoso antes la prueba imperfecta, ante el intento de buscar nuevos caminos. El espectador masa exige que el artista no abandone esa zona confortable, en la que ambos (artista y público) han convivido, han transitado, han agotado, aniquilando cualquier posibilidad de sorpresa.
No deja de llamar la atención es conducta. Se puede entender en el actor, la necesidad humana de ser querido, el miedo al rechazo. ¿Pero qué mueve al espectador que no se permite jugar junto al actor, en ese gran juego que es el arte? ¿Qué gana en el pochoclo repetido? ¿Qué beneficio hay en el mohín vacío de sustancia? ¿Por qué lo demanda? ¿Por qué descarga su furor contra el artista que pega un cambio de timón y quiere transitar por una senda que nadie ha visto? Sospecho que hay detrás un signo de los tiempos, el de anular todo riesgo para perdurar aunque eso implique dejar de vivir.
“Birdman” es a la vez la resurrección de un actor que había estado a la sombra, en un ocaso de trabajos menores, en un exilio que parecía definitivo. Michael Keaton reaparece en escena y brilla. Volvió un día y dijo: “Aquí estoy”. “Birdman” habla de Riggan pero también habla de Keaton.
La puesta en escena de González Iñárritu es muy provocativa, es un desafío técnico que tiene un sentido dramático. “Birdman” está filmado como si hubiera un único y gran plano secuencia (no es auténticamente así, hay cortes, pero están astutamente disimulados). Este enfoque tiene un sentido dramático: enfatiza el grado de urgencia del personaje, un clima de vértigo que compartimos en nuestra butaca. Otro ingrediente es que la evolución temporal no se corresponde al lapso de un plano secuencia. Se comprimen los saltos temporales en fundidos a un cielo que amanece o a una introspección individual. Algunas escenas surrealistas (la primera, con Riggan flotando en su camerin o volando por la ciudad) refuerzan la audacia visual, desarmando nuestra visión para que nos preguntemos cuánto está pasando en realidad, cuánto es parte de la imaginación de Riggan.
La última escena da lugar a la polémica post-café: ¿qué pasó con Riggan? (Ojo: riesgo de spoiler. Los que no vieron la película, salteen este párrafo) En nuestra opinión, es coherente con la idea central del filme (un actor tratando de librarse de un personaje exitoso): Riggan se saca de encima a Birdman. Para nada se suicida: vuela. Su hija Sam se asoma a la ventana y mira hacia arriba. Eso es clave. No hacia abajo. Hacia arriba. Si Riggan se hubiera suicidado tirándose por la ventana, Sam hubiera mirado hacia abajo. Pero ella mira hacia arriba y sonríe: su padre vuela. Su padre ha triunfado en el desafío de ser un actor. Birdman queda en el cuarto de baño del hospital, en el pasado. “Adiós y vete a la mierda” es la última línea de Riggan, al espectro de Birdman. No es casualidad.
Mañana, las mejores frases.
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