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críticas chatarras

miércoles, diciembre 03, 2014

comprender al monstruo 

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WELCOME TO NEW YORK
data: http://www.imdb.com/title/tt2758890

En mayo de 2011, Dominique Strauss-Kahn caminaba para la Presidencia de Francia por el Partido Socialista sin oposición aparente, tras su paso por el FMI, cuando un escándalo destruyó su candidatura y su carrera política. Fue acusado de intentar violar a una mucama del hotel Sofitel en Nueva York. Y aunque la causa se cayó y quedó en un limbo, públicamente Strauss-Kahn perdió su futuro político.

Abel Ferrara retoma el caso, bautiza a Strauss-Kahn como el Señor Devereaux y le da el papel a un inmenso (en todo sentido) Gerard Depardieu que le pone, literalmente, el cuerpo a su personaje. La película provocó el escándalo, por el retrato que hace de Strauss-Kahn, por las escenas de alto voltaje erótico, por su presunto antisemitismo y misoginia. Más allá del barullo mediático y del grado de veracidad de la crónica planteada en la película (advertida desde la leyenda del inicio de que lo que vemos es ficción), vale centrarse en la historia que cuenta, desprovista del entorno. Ferrara logra retratar al monstruo de tal modo que logramos comprenderlo. El viaje del maniático sexual de las primeras escenas al ocaso solitario en su prisión-domicilio neoyorquino retrata la evolución de un villano que pierde varios grados de vileza cuando empezamos a analizar quiénes lo acompañan. Comprendemos que Devereaux es un elefante en un bazar por la sencilla razón de que ha dejado de sentir hace tiempo, que se ha resignado a no poder cambiar la realidad y que lo que antes lo indignaba ahora, bajado los brazos, apenas le despierta indiferencia.

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El primer segmento de la película podríamos titularlo “Devereaux desatado”. Es una secuencia porno soft. Lo vemos a Devereaux volteándose a cuanto gato ande suelto, con un frenesí de estudiantina. Él y su entorno se muestran sin ningún límite ni recato. No bordean la grosería: caen de lleno en sus brazos. Devereaux pasa de mujer en mujer como un goloso en un restaurante tenedor libre. No podemos decir que verdaderamente esté disfrutando. Es un carrusel sexual sí, pero suena a atragantamiento, a la terapia de shock de alguien que se atolondra para no perder algo. La juventud, el control, la pasión. Se le puede poner cualquier rótulo. Pero el Devereaux que fornica en la habitación del hotel neoyorquino no tiene placer: deglute, no saborea. Los jadeos de elefante en celo son un buen elemento en la interpretación de Depardieu para señalar esta gula sexual del personaje.

Este segmento del guión termina con la escena clave: el intento de violación de Devereaux a la mucama del hotel que venía hacer la limpieza. Es tan burdo e innecesario que estamos tentados a revisar el término “intento de violación”. Tal vez un abuso, un “pasado de piola”. Pero el tipo que acaba de pasar la noche con cinco prostitutas se quiere propasar con la humilde trabajadora africana que viene a limpiar. “¿Qué necesidad?” diría mi tía. Justamente: lo intenta porque puede hacerlo. Es un zoncera pero la clara indicación de que Devereaux no considera que los límites le correspondan.

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Un segundo segmento podría llamarse “Trámites policiales”. Veníamos de un clima de orgía y ahora vamos al burocrático ámbito del trámite policial. Devereaux recibe su “merecido”: enfrenta las idas y vueltas de los tribunales y de las comisarías. Todo es muy rutinario, muy gris, muy embolante. No es que se le cayó el guión a Abel Ferrara y Christ Zois. Es una indicación del fin de fiesta, de que ese clima adolescente y zumbón en el que vivía despreocupado Devereaux, ahora se topa con la realidad, con las normas. El mundo de Devereaux dejó de ser divertido, juguetón, transgresor. No lo sabe: pero se acabó la fiesta.

La aparición de Simone, la esposa de Devereaux, es clave en la estructura de la trama. Simone es la cabal representante de la realidad que le viene a poner condiciones al jolgorio perpetuo de Devereaux. Ella ha soñado con Devereaux como Presidente de Francia, ella ha forjado su carrera política, ella está a punto de lograr todo lo que soñó para él. Y él tira, en un segundo, todo a la basura. Salva y destruye. Ella es el verdadero poder. En ese rol, está la deliciosa Jacqueline Bisset, que sigue teniendo uno de los pares de ojos más lindos del cine. Es la contraparte necesaria para la descomunal actuación de Depardieu que examina, como actor, los bordes del personaje. Si Devereaux cae en el exceso, Depardieu no teme acompañarlo a esos arrabales. La panza colgante, el jadeo, la cola caída, la mirada babosa, un catálogo de una actuación memorable para un actor que podría estar muy cómodo con su estatua como para tomar este riesgo. Y lo hace de un modo memorable.

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El último segmento de la película es el más hablado y, también, vital. Hay un par de monólogos de Devereaux decisivos. Y en ellos comprendemos al hombre detrás del monstruo, a la razón que llevó a un tipo capaz e inteligente a ese derrumbe existencial. Hace tiempo que Devereaux se ha dado cuenta que no puede cambiar la realidad, que la pobreza es un gran negocio y lo seguirá siendo, que apenas puede resignarse y conformarse con esa situación. Y el tipo resignado termina derrapando porque hace tiempo que la resignación le ganó al sentimiento. Cuando el psicólogo le pide que diga lo que siente, él repite varias veces que no siente, que no hay ningún sentimiento. Ése es el problema. Y, en retrospectiva, empezamos a mirar con otro sentido las escenas pornos del principio. El tipo está tan atontado, tan anestesiado por esa capa de conformismo, que necesita sacudirse para sentirse vivo. Por eso no le alcanza una puta, tienen que ser dos, tres, cuatro o cinco. Y cuando ni eso le mueve el árbol, cabe tirarse a la primera mucama que entra por la puerta. No porque la desee; para desear se debe primero sentir. Y Devereaux hace tiempo que dejó de sentirlo.

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La resolución del caso judicial no es importante para la trama. Es un detalle anecdótico. Porque de lo que trata este filme es de la naturaleza de un ser humano que dejó de desear, que dejó de ilusionarse, que abrazó un Dios falso llamado idealismo. Cuando vemos lo que giran a su alrededor (sus novias, asistentes, su esposa, sus abogados, sus psicólogos), todos son más deplorables que el jadeante fauno que brinca de cama en cama. Esa “normalidad” que le impone condiciones al final del filme, es más siniestra, más perversa, más obscena que todas las proezas sexuales del protagonista.

En el ocaso de la película, la soledad de Devereaux nos conmueve. Y nos conmueve de tal modo porque entendemos que ha estado solo todo este tiempo, desde que empezó la proyección.

Mañana, las mejores frases.

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