lunes, noviembre 10, 2014
esos trocitos en los que se va la vida
BOYHOOD
data: http://www.imdb.com/title/tt1065073
Observen el tiempo. Como se nos escapa entre las manos. Se escurre, siempre se escurre, con más fuerza cuanto más lo queremos retener. Esa conciencia del paso del tiempo, esa certidumbre de lo que se nos ha ido, es uno de los grandes temas del arte. Verse en perspectiva, recorrer el camino, pensar desde dónde se partió y a qué punto se ha llegado.
El cine, como todo engaño (como todo arte) reflexionó sobre el tiempo, sobre el transcurso del tiempo. Y se valió del maquillaje o el reemplazo de actores, para mostrarnos, en el lapso de una película, el intervalo de una vida. Artificial, pero como todo artificio, efectivo si es consentido por el espectador.
“Boyhood” es un artificio más. Creemos que estamos viendo la vida de una familia, desde que un chico es chico hasta ingresar en la Universidad. Pero, sutilmente, Richard Linklater nos cuenta otra historia: la del paso del tiempo, paralela a la del crecimiento de un niño. La del paso del tiempo de los mismos actores, de los estafadores que vinieron a contarnos la historia. Durante doce años filmó, un par de semanas al año, al mismo grupo de actores, continuando una historia que se remontó por más de una década. Y en esas dos horas y media largas que dura “Boyhood” no sólo asistimos al crecimiento de los personajes, sino de los mismos actores, que han ido mutando, cambiando, crecido, simultáneamente con el rodaje.
Esa propuesta es de por sí revolucionaria. Linklater ha hecho algo similar en la trilogía de “Antes del amanercer”, “Antes del atardecer” y “Antes del anochecer” donde siguió a la pareja de Ethan Hawke y Julie Delpy durante tres películas y casi veinte años. Pero esto es diferente porque Linklater corrió el riesgo del tiempo. En la trilogía, podríamos haber perdido un capítulo y la historia seguía intacta. Aquí, cualquier cosa que le hubiera ocurrido a los actores en la vida real hubiera distorsionado el guión y cambiado el final.
Es imposible separar la historia que se cuenta de la historia vivida por los actores. Y cuando vemos ensanchar a Patricia Arquette, nos preguntamos cómo fue su vida durante esos doce años, cuánto la fue esmerilando el tiempo y qué distinta fue su lucha a la de la madre de Mason que interpreta.
“¿Viste como la gente siempre dice ‘aprovecha el momento’? Me inclino a pensar que es al revés. El momento nos atrapa a nosotros”. Esta reflexión de Mason es una de las últimas líneas del filme. Es la tesis de “Boyhood” además. El momento se impone a los planes, a los deseos particulares, a nuestras especulaciones. El día a día mata a la estrategia. En varias escenas, vemos como los padres de Mason dan órdenes, consejos, recomendaciones sobre lo que debe hacer Mason para aprovechar las oportunidades de su vida. Y la vida de los propios padres de Mason se dan de bruces con la realidad: malos empleos; malas parejas. Sin embargo, no dejan de dar consejos, como si sus propias vidas no fueran un contraejemplo de que esas recetas no funcionan, que el destino tiene sus propios planes para nosotros.
En “Boyhood”, Linklater reivindica la importancia de esos momentos comunes. Uno tiende a creer que en la vida hay un par (tal vez no más) de momentos importantes, giros decisivos que decidieron nuestra vida. Lo define bien la mamá de Mason, el personaje que interpreta Patricia Arquette que se derrumba al final con esta declaración: “¿Sabes qué estoy pensando? ¡Que mi vida se va así nomás! Estos mojones de la vida… casarse, tener hijos, divorciarse… esa época cuando creíamos que eras disléxico… ¡Cuando te enseñé a andar en bici! Divorciarse... ¡de nuevo! Conseguir mi maestría. Por fin conseguir el trabajo que quería. Enviar a Samantha a la universidad. ¡Enviarte a ti a la universidad! ¿Sabes lo que sigue, eh? ¡Mi puto funeral! (…) Sólo pensaba que... habría más”. Bueno, la filosofía de “Boyhood” es que sólo hay lo del medio, que nuestra vida es eso que pasa en medios de esos grandes hitos que creemos fundamentales. Y que compendiando esos momentos podemos retratar una vida mejor que cualquier otra yuxtaposición.
Hay en la evolución de Mason, una triste certidumbre de lo inútil de la vida. El chico feliz de la primera escena, que mira al cielo y piensa, se ve arrojado a la primera pérdida (la mudanza). Y el resto es una sucesión de pérdidas como exige la vida. Las otras pérdidas son inevitables y Mason ya no se rebela; sólo una dulce tristeza que lo sigue hasta el final del filme, una confusión sobre cuál es el rumbo y qué nos eleva sobre esa confusión. “Papá. En realidad no hay magia en el mundo… ¿verdad?” pregunta Mason y esa pregunta es el fin de la inocencia. Ese día, Mason se convirtió en grande.
Esa actitud escéptica y melancólica de Mason contrasta con la ingenua perseverancia de sus padres, contraste generacional de creer como posible a la felicidad. La generación anterior asume que la felicidad no sólo es posible sino que es una responsabilidad propia; la presente, admite la imposibilidad de ese suceso.
Un punto más: cierto tedio de la sociedad capitalista. Cuando un país llega a cierto punto de desarrollo, hay una generación que será ganada por el tedio. Las posibilidades que fueron el norte para los padres o los abuelos, ahora son minimizadas, despreciadas, por una camada que busca otra cosa, aunque no sabe todavía bien qué. Que el joven latino que arreglaba los caños de la casa, aceptara el consejo de la madre de Mason y aproveche las posibilidades de progreso de Estados Unidos es paradigmático. El latino viene de un entorno de necesidades y esas posibilidades que ofrece la sociedad, son tomadas con ambición, con hambre, con energía. Contrasta esa voracidad con la apatía de los que crecieron con esas oportunidades a la mano.
“Boyhood” es uno de los hallazgos de este año. Para tenerla en cuenta, aunque sea una de esas películas de recomendación no apta para todo público.
Mañana, las mejores frases.
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