martes, octubre 15, 2013
2013 odisea en el espacio
GRAVEDAD
data: http://www.imdb.com/title/tt1454468
La semana pasada, en una charla de café con un amigo, planteé el tema de si el cine actual ya no había gastado las imágenes, si ya no había nada más que nos pudiera maravillar, si no estaríamos ante la era de salir del cine sin decir: “¡Guag! ¡Esta imagen es nueva! ¡Nunca vi algo como eso!”. Afortundamente, al día siguiente fui a ver “Gravedad” en 3D y suspiré aliviado. Todavía hay nuevas imágenes para ver en cine.
Alfonso Cuarón ha logrado una brillante película que luce en varios planos (como suele pasar con las obras maestras). En primer lugar, “Gravedad” exige su visión en 3D. Como muy pocos ejemplos antes (“La cueva de los sueños olvidados” de Herzog; “Pina” de Wim Wenders; el “Alicia en el País de las Maravillas” de Tim Burton), logra explotar al máximo las posibilidades del 3D y le da un sentido, más allá de lo estético, engarzado dinámicamente a la historia. La profundidad de la imagen es vital para situarnos ahí, en el espacio, con la Tierra de fondo, metido dentro del traje espacial de los protagonistas. Las subjetivas potenciadas por las capas en el visor de los cascos, los reflejos, el aliento empañando el cristal, nos pone en la piel de los protagonistas. Y vivimos su odisea, su lucha por sobrevivir, en primer lugar, no ya como meros espectadores, sino como protagonistas. Sin el 3D, pese a la fuerza del guión, el resultado hubiera sido incompleto. Esto no es menor en una tecnología que da sus primeros pasos, no sin algunos tropiezos en el camino.
Otro factor, es la economía de recursos del guión. Visto en un primer nivel, la trama es muy sencilla (eficazmente sencilla). Un personaje tratando de sobrevivir. Otro, personaje soporte, dándole decisivos momentos para que logre el objetivo. El gatillo disparador es básico: lluvia de basura espacial que arrasa con una simple misión que tenía como finalidad refaccionar el telescopio espacial Hubble. A la deriva, en el espacio, quedan una novata, la Dra. Ryan Stone (con seis meses de entrenamiento previo) y Matt Kowalski, un veterano astronauta en su última misión. Con diez minutos de oxígeno en el tanque de Stone, la pregunta es cómo sobrevivirá a la catástrofe. La historia irá saltando en etapas, segmentos que irán geográficamente saltando de una nave a una estación espacial. En el camino, no sólo se superan obstáculos: se asiste a un crecimiento personal de la protagonista que tenía nulas chances de superar el accidente que lanza la historia.
Pero como decíamos, “Gravedad” opera en una segunda línea interpretativa. En un momento de la pelicula, comprendemos que no sólo habla de una aventura espacial. Que la odisea que vive la Dra. Stone es algo más, es una metáfora de otra prueba a nivel humano. El retorno de la Dra. Stone a la Tierra es el fin del duelo de alguien que ha pasado lo peor que le puede pasar a un ser humano, la muerte de un hijo. Y ha estado suspendida en el vacío, tentada con bajar los brazos, con entregarse a la muerte y al olvido. Esa estadía debe llegar a su fin. No sin dolor, no sin arañazos, contusiones y zamarreos. Pero, en algún momento, la decisión de seguir luchando, de volver a la vida, al mundo que está allá afuera, debe ser tomada. Y esa lectura de la historia de la Dra. Stone es la que torna en nivel de obra maestra a “Gravedad”.
Hay otra mirada casi zen con la que puede leerse la épica de Stone y Kowalski en el espacio. Los protagonistas parecen almas vagando en el vacío, antes de encarnar para vivir la aventura de la vida. Están a la deriva, en el borde de la belleza, maravillados del mundo que se presenta ante sí. Al alcance de la mano, está el atardecer, los mares, el verde, la fresca brisa, el dorado improbable, el azul imposible, el sol sobre el Ganges. Hay que tomar la decisión de seguir vagando, libre, anónimo, formando parte de la nada, o introducirse en esa realidad, meterse en el paquete carnal y sentir el oxígeno quemando los pulmones, machacarse en el impacto, rasgando cada capa de piel, tambaleante en cada latido, poniéndose al fin de pie y respirar, respirar profundamente, para mirar, desde adentro, el universo intimidador, alucinante, sensorial, abrumador. Formar parte de la experiencia, pese al esmeril del dolor, la ominipresencia de la muerte y el tormento cotidiano de estar vivo.
Para que esas capas de interpretación se sugieran y se corporicen como posibilidades, es fundamental el trabajo de Sandra Bullock, en uno de los mejores (sino el mejor) papel de su carrera. Soportando el primer plano, su mirada refleja el pánico, la decepción, el dolor profundo por una pérdida que ha anestesiado con la rutina. Los planos surrealistas de la ingravidez son un desafío para la actuación. Las posturas no habituales, el cuerpo deslizándose en el vacío, la liberación de un traje, la lágrima girando en el espacio, ingrávida, atípica. Bullock nos da su sensibilidad a flor de piel, en un rol que merece (lo avisamos ya), algo más que la Nominación al Oscar.
A su lado, George Clooney es decisivo en momentos fundamentales. Él es el hombre con experiencia, el que está por dejar este mundo (el espacio, la vida) y da el empujoncito correcto al que está por empezar la jornada y duda. Su consejo es clave; su serenidad es compatible con la de aquel que ha dejado ya la responsabilidad de la lucha y que se sabe que se acerca al final. Clooney nos da, en cada frase, esa sensación de certeza, de triste certeza, sobre la inevitabilidad del destino.
Obra maestra, joyita para ver en cine. “Gravedad” nos ratifica que todavía hay historias para contar y nuevas imágenes para ver.
Mañana, las mejores frases.
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