martes, enero 08, 2013
la precuela
EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO
data: http://www.imdb.com/title/tt0903624
“El hobbit” hace las veces de precuela de la trilogía de “El Señor de los Anillos”. Nos cuenta el comienzo de una historia de la que ya conocemos el final. Ése es su mayor desafío: operar independiente de la anterior trilogía, sin caer en la repetición. Por momentos, este primer capítulo lo logra. Por otros, cae en el pecado de extenderse demasiado. Paradójicamente, también puede achacársele que se queda corta y que deja la sensación de que estamos sólo ante la introducción de la verdadera película. Con todo, pese al disgusto de muchos fanáticos de la saga de Tolkien, me parece más que aceptable este capítulo inicial de “El Hobbit”. Puede ser que carezca de la grandeza y originalidad visual de la anterior trilogía; pero el resultado es digno y permite rescatar un par de ideas interesantes.
Como en el primer capítulo de la trilogía de “El Señor de los Anillos”, estamos ante la negativa al llamado a la aventura del héroe. El héroe acá no es Frodo, sino su alter ego, Bilbo Bolson, cómodo y pacífico hobbit, satisfecho con su presente burgués de buenas comidas y lecturas provechosas, que se enfrenta al desafío de participar de una aventura. El catalizador es Gandalf y la prueba, originalmente, es ayudar a los enanos a recuperar su hogar, el reino de Erebor, tomado por un dragón. Ésa es la prueba supuesta; la prueba verdadera, muchas veces más peligrosa, es poseer el maléfico anillo que habrá que destruir años después, responsabilidad que le cabe a Frodo.
Ésta es la etapa del huevo de la serpiente. El momento en que el mal empieza a formarse, oculto, hasta tomar forma. Es la etapa en la que todos los pueblos de la saga de Tolkien, están satisfechos con 400 años de paz y piensan que esta tranquilidad puede fluir por los próximos siglos, casi por inercia. Si bien la cronología de la saga, ubica a estas aventuras temporalmente antes de lo sucedido en “El Señor de los Anillos”, es innegable que la lectura de esta historia está influida por lo que ya sabemos que va a suceder. Las últimas palabras de Bilbo: “Y yo pienso que lo peor ha pasado ya” son un buen ejemplo de esta observación. Nosotros sabemos que lo peor está por venir, que la oscuridad va a esparcirse sobre estas tierras y que mucha muerte, sangre e improbables héroes tendrán que surgir para erradicar la amenaza que está, en este punto, solamente latente.
Ésa es una muy buena idea de este capítulo. Nunca el mal surge imponente desde un inicio. También el mal debe darse un tiempo para crecer, para robustecerse. Vale la pena ponerse a pensar en aquellos que permiten que el mal crezca, no tanto por maldad, ni siquiera por ignorancia, sino por desidia, por la comodidad de no enfrentarlo cuando todavía es un rival de potencia pareja, por excusarse que es un problema de otro, por el cansancio de luchar. En “El Hobbit” se ven las señales de lo que será el dominio de la noche sobre las regiones del Universo de Tolkien. Y sin embargo, los personajes persisten en la creencia de que todo está igual, de que nada ha cambiado, de que todo puede seguir indemne, de que se puede seguir desatendiendo las señales del entorno.
Hay otra idea que es vital, el tema clave de este capítulo. Creemos que los intelectuales, los guerreros, los místicos, los que muestran una cualidad superior, son los únicos capacitados para oponerse a la potencia destructora del mal. Pero hay una frase de Gandalf que cambia los términos, que explica porque es Bilbo Bolson el héroe hoy, como lo será Frodo en el futuro. “Saruman piensa que sólo grandes poderes pueden tener al mal controlado. Pero eso no es lo que yo he aprendido” explica Gandalf “Yo he encontrado que son las cosas pequeñas, los actos cotidianos de personas ordinarias los que alejan a la maldad. Los simples actos de gentileza y amor. ¿Por qué Bilbo Bolson? Tal vez sea porque tengo miedo. Y él me inspira valor”.
Si la metáfora del anillo es el poder, si su hechizo es la ambición sin medida, que crece sin techo y destruye a su poseedor, que los héroes de la saga de Tolkien sean los hobbits, seres sin cualidades notables ni superlativas, es una reivindicación cósmica. Los burgueses, la clase media satisfecha, los pacíficos habitantes de una región bella y calma, sin grandes pretensiones, son los únicos capaces de soportar el peso de portar el Anillo (de portar el Poder). Tal vez porque su falta de ambiciones de gloria sea indispensable para esta tarea. No podrán marearse en las arenas movedizas de los que planean cambiar la Historia, porque en su ánimo sólo está en disfrutar de las pequeñas cosas, de los pequeños placeres de la vida, negociando más que imponiendo ante la Naturaleza. La suma de las pequeñas cosas que, en su conjunto, atajan al Mal con mayúsculas. El Universo se salva no con las medidas desesperadas del Líder Guerrero, del Sacerdote Supremo, sino con los actos cotidianos (y heroicos) de seres comunes como todos, de seres relativamente grises, no dotados para codearse con la Gloria. Cabe recordar que la posterior saga culminará con el surgimiento de los humanos, los que comandarán el mundo del futuro. ¿Por qué? ¿Qué los diferencia? Pasión. Pasión por persistir.
Mientras veíamos “El Hobbit” no podíamos evitar el recuerdo de “La Guerra de las Galaxias” también con una precuela estrenada posteriormente al desenlace. Podríamos intentar, en ambos casos, ver las historias en su orden lógico. Pero fueron nacidas en orden inverso y las visiones posteriores no pueden desintoxicarnos de ese sentido de la flecha del tiempo. Vale pensar que no podemos estar libres de lo visto. Que el desenlace ya está con nosotros y no podemos olvidarlo para experimentar otro orden para las dos trilogías. Cabe pensar si este orden no es mejor, si no refuerza la estructura, más que la lineal y cronológica que sugiere la línea de tiempo normal. Tal vez, la historia de la destrucción del Anillo pecaría de aburrimiento, de repetición. Y sólo ver el principio, luego del final, nos permite valorar los elementos presentes en la precuela que aparecerán en el futuro (ya por nosotros, espectadores, conocidos). Pensemos en la escena final de “Pulp Fiction”, potenciada al ver a dos personajes que reaccionan ante un hecho improbable (un tiroteo del que salen indemnes) de dos modos distintos: uno cree ver a Dios; el otro al azar. Uno vive; el otro muere. Si reordenáramos las secuencias de “Pulp Fiction” del modo normal, el final (Bruce Willis, el boxeador, yéndose en su moto de la ciudad) no sería tan bueno como el que eligió Tarantino para cerrar su película.
Estructuralmente a “El Hobbit” le cuesta arrancar. La presentación de los enanos lleva su tiempo y, por más que esté matizada con mucho humor, cuesta seguirle el ritmo. Personalmente, hay dos escenas que mejoran el tono de lo que veníamos viendo. Uno es el diálogo mental entre Gandalf y Galadriel, una muy buena interpretación de esos dos actores superlativos, Ian McKellen y Cate Blanchett. Cuando ella le dice, telepáticamente, que sabía que los enanos se habían ido del reino, Gandalf le responde con una mirada de chico pícaro sorprendido en la macana que habla más que cualquier diálogo. Otra escena clave es el juego de adivinanzas entre Gollum y Bilbo. En esas escenas, sin haber luchas físicas, ni batallas, ni desplazamientos, hay mucha tensión dramática. Precisamente porque tenemos un juego de opuestos, de personajes que quieren averiguar sin ser revelados, timadores que no quieren mostrar sus cartas.
Gollum vuelve a ser un personaje fundamental. Gollum es la imagen de lo que el Anillo (el Poder) puede hacer. Es el espejo en el que se verán Bilbo y Frodo. Es el mensaje, vivamente presente, de lo que puede suceder si sucumben a su poder, si se dejan ganar por su fulgor insano. Gollum pierde su poder; querrá recuperarlo, aunque ya ha pasado su etapa de poseedor del Anillo. No hay futuro más allá del Anillo. Para muchos, no hay otro futuro más allá del Poder.
Mañana, las mejores frases.
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