miércoles, enero 23, 2013
la necesidad del relato
UNA AVENTURA EXTRAORDINARIA (LA VIDA DE PI)
data: http://www.imdb.com/title/tt0454876
Usted puede decir qué historia prefiere: la certeza de la maldad en el mundo y en el propio corazón o la creencia de que todo tiene un sentido y que Dios nos está poniendo a prueba. Usted elige. La realidad es una. Pero usted es el que elige cómo contarla. Y esa decisión, implica, como vivirla.
Ésa es la moraleja de esta buena película, “La vida de Pi”, título literal acá pésimamente traducido a “Una aventura extraordinaria”. Bajo la mano de Ang Lee, la novela de Yann Martel toma cuerpo con un puñado de notables imágenes, potenciadas por el uso del 3D. “La vida de Pi” exige su visión en una sala de cine y sería un pecado no verla en 3D y conformarse con una versión estándar.
“La vida de Pi” es esa clase de película que hace las delicias del espectador promedio y enfurece al crítico profesional. Con esta película pasa algo similar a lo que ocurre con “Cloud Atlas”. Me atrevo a arriesgar una teoría: el prejuicio muy arraigado de los críticos locales que consideran que es muy progre despreciar historias que hablen de la fe. Conste, no estamos hablando de películas religiosas. No hablamos de panfletos militantes de alguna iglesia en particular. Estamos hablando de películas que toquen el tema de la fe, de la necesidad de algo trascendente, un rasgo característico del hombre desde que se puso en dos pies y empezó su evolución. Pero para buena proporción de la crítica local, ese tema colisiona con el perfil progre del escéptico que subestima esas inquietudes como meras supercherías. Así que cualquier artista que plantee este tema se encuentra con un handicap en contra.
Bueno, una forma de ejercitar ese prejuicio, es analizar “La vida de Pi” como la historia del naufragio de un adolescente indio que debe compartir un bote con un tigre. Y, seguidamente, juzgar la verosimilitud o no de la trama. Justamente, el que vio nada más que eso en la película, se quedó con la mitad de la historia. “La vida de Pi” es la prueba que Dios pone a un joven que ha creído en Él (hablo de Dios, no de Néstor) y que afronta el peor momento de su vida. O mejor dicho, es la prueba que el joven cree que Dios le ha puesto.
Sin adelantar finales, ése es el auténtico tema de “La vida de Pi”, la búsqueda de Dios. Y el modo en que lo buscamos, en que lo aceptamos o rechazamos, es el modo en que enfrentamos la vida, las tragedias de las que seremos partícipes y, fundamentalmente, el modo en que aceptamos nuestro lado oscuro, lo peor nuestro, que es también lo que nos mantiene a flote.
La dualidad Pi – Richard Parker es la metáfora central de la historia. No sólo ese dueto mantiene la tensión dramática del 80% de la película. Si no que esa dualidad es la tesis del filme. Pi sobrevive por Richard Parker. Por varios motivos. Pero, básicamente, porque (con un concepto muy hinduista) no existe lo malo y lo bueno. Todo forma parte de la misma cosa. No podemos dividir la maldad y la bondad en nosotros. Y si Richard Parker mantuvo a Pi a flote, más de doscientos días en un barco a la deriva en el océano, también vale aclarar que, llegado a la orilla, es hora que Pi tome el mando. Ésa es su elección: de vuelta al mundo, Richard Parker se va sin mirar atrás.
Un final con esposa e hijos, un final con desprendimiento de las posesiones, un final místico, sólo es posible por la elección final, por la historia que Pi prefiere contar. Lo mismo sucederá con su interlocutor, el escritor canadiense en busca de una historia (que es, como sabe todo escritor que se precie de tal, otro modo de buscar a Dios). Se puede ver el mundo como un lugar siniestro, rodeados de seres que esperan descargar su maldad sobre los débiles; o se puede sentir que existe la bondad y que, pese a lo oscura que sea la noche, alguien está viendo todavía por nosotros, en cada paso del camino. Ésa termina siendo la fe: un salto al vacío; una apuesta sobre el modo en que queremos ver el mundo y sobre la forma que queremos vivirla.
Podemos admitir que el filme tiene sus baches, que tal vez la trama no sea todo lo redonda que prometía. Que a veces, la suntuosidad de las imágenes opacan el ritmo del relato. Que las imágenes nos doblegan y que el tigre digital nos fascina en exceso. Que podríamos haber dispuesto de otro modo el relato, sin la entrevista del escritor, jugando más con el suspenso. Puede ser. Pero el resultado no es menor y es muy interesante, desde lo estético y estrictamente cinematográfico y desde lo filosófico, de la reflexión que nos deja ese viaje hacia el interior del ser humano.
El director de fotografía es el chileno Claudio Miranda conocido por su labor en “El curioso caso de Benjamín Button” con Brad Pitt y la nueva versión de “Tron”. Su labor en esta película es superlativa. Logra imágenes difíciles de borrar de la memoria, más meritorio en una película cuyo núcleo de la trama es un personaje en un bote con un animal salvaje. Las actuaciones de Surai Sharma (Pi joven) y de Irrfan Khan (Pi adulto) son correctas. No excepcionales, pero verosímiles.
Mañana, las mejores frases.
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