viernes, enero 06, 2012
un diálogo con el futuro
LA CUEVA DE LOS SUEÑOS OLVIDADOS
data: http://www.imdb.com/title/tt1664894
Hace cerca de 40 mil años, el Homo Sapiens llegó a Europa, posiblemente proveniente de Asia Central o del Cercano Oriente. Los Alpes contaban con una capa de hielo de 2.500 metros, un grosor tal que el mar había descendido y se podía caminar de Francia a Inglaterra por el actual Canal de la Mancha.
Los emigrados se encontraron con otra especie homínida, los Neardental. Los Neardental conocían el fuego, eran tipos robustos y con mucho vigor, fabricaban instrumentos de piedras y enterraban a sus muertos. Había diferencias físicas entre una y otra especie. Pero hay un hecho que lo distingue. En los restos de los asentamientos que se han conservado del Neardental no hay uno sólo que muestre indicios de algo así como el arte, nada que testimonie un comportamiento simbólico. Esta característica abunda, en cambio, en los restos que nos llegaron del Homo Sapiens.
Estas dos especies coexistieron en el mismo espacio. Sólo 10 mil años después de este encuentro, los Neardental se extinguieron. El futuro quedaba en manos de nosotros, los Homo Sapiens.
Hace unos 32 mil años, Homo Sapiens visitaban una cueva cercana al cañón del río Ardéche y efectuaban algún tipo de ceremonia. Uno de ellos, con un meñique torcido, pintaba en las paredes irregulares de la caverna. Restos de renos, osos, caballos, bisontes hasta mamuts estaban esparcidos en el interior de la cueva.
Un día, hace unos 20 mil años, un derrumbe sepultó completamente la cueva.
A fines de 1994, Jean-Marie Chauvet, Christian Hillaire y Eliette Brunel-Deschamps, exploradores franceses en busca de cuevas subterráneas, descubrieron un estrecho pasadizo que llevaba al interior de la caverna sepultada. Se hizo famosa como la Cueva de Chauvet, en el Vallon-Pont-d’Arc francés, cerca de Aviñón. Y su descubrimiento cambió gran parte de lo que creíamos saber de esos homínidos que nos antecedieron. Porque las pinturas rupestres de Chauvet, duplicaban en antigüedad a las de Altamira o Lescoux, las joyas de la paleontología. Lo que entonces se tenía por establecido, que la capacidad artística era una habilidad muy posterior del Homo Sapiens, cambió completamente con el descubrimiento de Chauvet. La capacidad de abstracción simbólica, la habilidad pictórica, estaba desde el inicio de la especie humana. No somos tan diferentes a esos hombres de hace 32 mil años.
Tal vez, esa habilidad, esa capacidad de reinterpretar la realidad, nos permitió superar la hostilidad del contexto y persistir.
Ésa es la importancia que tienen las Cuevas de Chauvet; debido a eso, el gobierno francés tomó posesión de la cueva y ha limitado su exploración, a un puñado de científicos, buscando preservar ese tesoro.
Muchos quisieron filmar en las Cuevas, pero sólo le dieron permiso a Werner Herzog, en parte por la admiración que Miterrand, ministro de cultura francés, tiene por el legendario cineasta alemán. Herzog debió cumplir rígidas pautas (cantidad limitadas de horas de filmación por día, un rodaje de 6 días, un equipo técnico reducido al extremo).
Y, aunque no es entusiasta del 3D, entendió que era una obligación filmar en esa técnica para hacernos participar, plenamente, de la experiencia de las cavernas.
El resultado es “La cueva de los sueños olvidados”, un documental memorable, una de las mejores películas que están en cartel y que recomendamos entusiastamente. Y, desde ya, la visión más recomendada es en 3D.
Tener un cineasta como Herzog es una doble ventaja. En primer lugar, porque explota los recursos que le da la técnica cinematográfica. Planos que potencian la profanidad de campo que da el 3D, planos detalles que logran transmitir la textura de las formaciones de la cueva. La iluminación (del propio Herzog, obligado a cumplir ese rol, por el reducido equipo de filmación autorizado a ingresar en la cueva) juega, en muchos planos, a reproducir las visiones que debieron tener los visitantes originales de esa caverna. Al flamear de las teas, se descubrían y se ocultaban las figuras pintadas en las paredes. Apariciones en la roca, acentuando el dramatismo del artista que los pintó.
Sólo con eso, “La cueva…” sería memorable. Porque Herzog logra “meternos” en el interior de una cueva con tesoros arqueológicos y nos hace formar parte de esa experiencia.
Pero la otra ventaja que da contar con un cineasta del fuste de Herzog tras el proyecto es que el tipo no se va a quedar sólo con eso. Va a intentar contar algo más con la historia que tiene en manos. Y esta película no es la excepción. Herzog traza una línea que une estas pinturas hechas hace 35 mil años con la cámara que está filmando el documental. Es el aporte principal: el arte es un diálogo con el futuro que el hombre (el Homo Sapiens) viene llevando desde su origen. Es eso lo que nos hizo diferente. La habilidad de sintetizar ideas, de operar simbólicamente, de expresar en imágenes esa labor intelectual. Lo que no pudieron los Neardental, los podemos nosotros. Y, tanto miles de años después, seguimos indagando al Universo con las mismas herramientas.
“La cueva…” tiene varios momentos sublimes. La mención de las huellas de lobo al lado de las huellas de un niño de unos ocho años; el meñique torcido que identifica al pintor de unas manchas en la pared; el engendro conceptual de la Venus y el bisonte; la historia del etnógrafo que le pregunta al aborigen australiano porqué pinta y su respuesta: “No es la mano. El espíritu pinta”.
Como un último apunte, “La cueva…” logra generarnos lo que sólo logran las grandes obras: hacernos reflexionar sobre las preguntas fundamentales de nuestra especie. Un diálogo que entablamos, sorprendentemente, con seres que vivieron 35 mil años antes que nosotros.
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