martes, diciembre 13, 2011
con los minutos contados
EL PRECIO DEL MAÑANA
data: http://www.imdb.com/title/tt1637688
Andrew Niccol se caracteriza por filmar películas con ideas originales, aún en actos fallidos (como en “Simone”). Basta recordar “The Truman Show”, “El Señor de la Guerra” o “Gattaca” para saber que sus filmes no pasan desapercibidos. “El precio del mañana” confirma esa característica. Posee fallas, no es un guión equilibrado, la trama parece ir para un lado y termina derivando para otro. Pero parte de una idea fuerza clave: en el futuro, manipulación genética mediante, se detiene el envejecimiento. El problema es que todo el mundo, a partir de los 25 años, tiene de regalo un solo año de vida. Luego tendrá que negociar tiempo, cargados en un reloj digital inserto en la muñeca. El dinero deja de tener valor y la nueva moneda es el tiempo. Pero, como en el mundo de hoy, hay gente que tiene acumulado siglos y otros apenas minutos. La posibilidad de la vida eterna o no saber si se termina el día, sin medias tintas.
El protagonista es Will Salas, un habitante de los barrios pobres de este mundo del futuro, que amanece cada mañana con menos de un día de vida. Para Will cambia todo en una jornada: aquella que muere su madre (Olivia Wilde, más que mamita, mamaza) y en la que recibe el regalo de 100 años de tiempo. Will emigrará al barrio rico de la ciudad, en busca de venganza. Y, en ese periplo, enlazará su vida con la niña rica de la zona horaria, Sylvia (la bonita piernas largas Amanda Seyfried).
A “El precio del mañana” le falta una estética definida. El opresivo mundo de Salas no pinta lo suficientemente opresivo y decadente como sugiere la trama. El otro problema es que tarda en definir cuál es la historia. Si es la epopeya de Salas como el apostador destructor del aceitado mecanismo de dominación de esa sociedad del futuro o el Bonnie & Clyde en la que se convierte la historia en el final. Cualquiera valía; pero no ambas. El personaje de Raymond Leon, el policía del tiempo perseguidor de Salas, no encaja en la primera historia; sí en la segunda. Las altas y bajas de ese rol coinciden con la prosecución de uno u otro camino.
Algunas ideas interesantes se desarrollan en la descripción de ese hipotético mundo del futuro. La más destacada es la reflexión sobre la muerte como un igualador de las conductas humanas. Cuando en el mundo descripto en “El precio del mañana” se elimina la incertidumbre de la muerte, se generan patrones diferenciales de conducta humana. Los que no tienen tiempo, viven apurados, mirando su reloj biológico, pendientes de la vigilancia; los que les sobra tiempo, son haraganes existenciales, muy cautos por no decir aburridos. Cuando uno tiene siglos a su disposición, no se toman riesgos, se vive con precaución. O, mejor dicho, se vegeta precavidamente.
En la no disimulada metáfora del capitalismo salvaje que es “El precio del mañana”, la otra línea interesante es el aumento del nivel de vida y de los impuestos como medio de sujeción de la sociedad. Depreciando los stocks de tiempo, la autoridad esclaviza a la mayor parte de la población que vive pendiente de llegar al final del día. Es interesante reflexionar sobre esta diferenciación de la sociedad: una porción significativa con una visión de corto plazo, incapaz de ver más allá del día; otra porción, la elite, que sólo puede ver el largo plazo, por lo que está incapacitada para vivir el día a día. Ausencia de eternidad; exceso de ella. Explica las diferentes conductas del párrafo anterior.
Otra de las claves de la trama de “El precio de mañana” es lo que revelan algunos personajes iluminados: no hay manera de que todos sean inmortales. Para que algunos poco lo sean, muchos otros deben morir. ¿Por qué, siendo evidente esta realidad, muchos juegan en la timba del tiempo? Lo responde el personaje de Philippe Weis (Vincent Kartheiser, un “Mad Men”): aunque improbable, todos creen que ellos pueden ser los que van a ganar el premio mayor. Cambie tiempo por dinero y está la moraleja social sobre el capitalismo salvaje: usted lo acepta porque piensa que puede ganar; pero, en realidad, tiene casi todos los boletos para terminar en el pelotón miserable de los perdedores. Su codicia es su propia perdición.
Como vemos, “El precio del mañana” deja picando, pese a sus falencias, unas cuantas ideas para reflexionar. Y eso sólo alcanza para recomendar el filme que, lejos del bodriazo, nos pone a pensar sobre algunos supuestos sobre los que se vertebra una sociedad.
Mañana, las mejores frases.
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