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críticas chatarras

miércoles, abril 20, 2011

paralelos 

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UN CUENTO CHINO
data: http://www.imdb.com/title/tt1705786/

Como película, “Un cuento chino” es una historia fallida. Parte de un muy buen planteo, pero no sabe resolverlo. Se pierde en la mitad de la trama, con el agravante del desparejo nivel de actuación. Ricardo Darín se come al resto del elenco que apenas roza el decoro. Sin precipitarse en el abismo del bodrio, “Un cuento chino” es una película más.

Pero nos interesa comparar la estructura de esta película, con otro filme del año 1998 que supimos comentar cuando “Libreta Chatarra” era “Super Chatarra Special”. Ambos cuentan la historia de dos personajes separados por el idioma, unidos por la convivencia, una convivencia que los cambia. Y en ambos casos, la resolución falla por perder el hilo de la historia y meterse en senderos ajenos.

“Un cuento chino” es la historia de un tipo amargo y resentido, Roberto (Ricardo Darín) con una vida rutinaria, estructurada, gris, que aparta a todos de su lado; un día ve como un inmigrante chino es robado y arrojado desde un taxi, dejándolo indefenso en la calle y en una ciudad extraña. Roberto muestra su lado noble: se hace cargo del chino (a su pesar) e intenta pasarle el problema a otra instancia (policía, embajada, comunidad china). Todo fracasa y él tiene que alojarlo en su casa, alterando su estricta rutina diaria.

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El otro filme es “La novia polaca”, una película holandesa dirigida por un argelino, con tonos no de comedia sino de drama. Es la historia de Henk, un solitario granjero rural que encuentra, escondida en un árbol de su granja, a una mujer desnuda. Ella es Anna, emigrante ilegal polaca que acaba de escapar de una banda de proxenetas que la esclavizaban. Henk la carga, la lleva a casa, la baña, la provee de ropa y la hace dormir. Sin poder intercambiar palabras, Anna hace las tareas domésticas a cambio del techo y la comida. De a poco, la presencia femenina le cambia la vida al granjero solterón, empezando una historia de amor.

Nótese que en ambas historias, los protagonistas no pueden utilizar el lenguaje. “La novia polaca” es más eficaz en la comunicación de los personajes desde el silencio; en “Un cuento chino”, Roberto habla más para “explicar” al espectador lo que le pasa por la cabeza que porque logre entenderse con Jun, su invitado chino. Los pequeños detalles son el fuerte de la evolución de la relación entre Henk y Anna: una florerito en la mesa, un mantel, un vestido, cimenta la interacción dramática de los personajes; en “Un cuento chino”, sacar la basura de un patio en desuso, es el único esbozo de actividad. (Llama la atención que este acto no tenga consecuencias dramáticas más serias: sacar la basura es una proyección de sacar el pasado que agobia a Roberto).

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“La novia polaca” y “Un cuento chino” son bastante exitosos en plantear el conflicto y hacerlo avanzar. Pero, llegados al momento del desenlace, se desbarrancan siguiendo una historia distinta a la que venían contando. En “La novia polaca”, el regreso de la banda de proxenetas lleva la historia de Henk y Anna al policial. En realidad, el romance entre ellos era la historia. El pasado de Anna debió quedar allí: en el pasado.

“Un cuento chino” es menos clara en mostrar la influencia de Jun en la vida de Roberto. Sabemos que algo le ha pasado a Roberto, un trauma de su pasado que lo ancló a un enojo perpetuo, a una casa en ruinas, a una rutina carcelaria. La explicación de esa conducta es pobre; pobre es, también, su explicación, en un diálogo demasiado largo y didáctico, que ni Ricardo Darín puede levantar.

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Ambas películas fallan en encontrar un elemento que sacuda la historia y la lleve a su desenlace. En “La novia polaca”, el elemento externo es la banda de proxenetas. No es lo más eficaz, dramáticamente, pero es lógica. “Un cuento chino” tiene idas y vueltas sin definir ése elemento que altere el paisaje.

Nos permitimos jugar un poco sobre las posibilidades del guión de “Un cuento chino”. El personaje de Mari, la mujer que ronda a Roberto, no es funcional. Todas sus participaciones son muy forzadas y, no por casualidad, la resolución del romance con Roberto es, también, forzada. Necesitábamos un tercer personaje que mediara entre Roberto y Jun, que terminara atrapando el corazón del ogro. Hay un personaje que aparece tarde en el filme: el pibe chino del delivery que hace de traductor. Entre nosotros: usted tiene en casa a un chino que no le entiende una palabra; ya intentó, en vano, con la policía y la embajada; ¿lo primero que se le ocurriría no sería ir al autoservicio chino de la otra cuadra y buscar un traductor? ¿Por qué tarda tanto en aparecer esa idea en el filme?

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Vayamos un paso más: si Roberto fuera con su chino al autoservicio y encontrara no un traductor, si no una traductora, ¿no estaríamos encontrando al personaje femenino que necesitamos? A medida que crece la amistad entre Roberto y Jun, debería crecer la relación romántica entre la chino-argentina traductora y Roberto. Y esa relación se introduciría, fluidamente, en la trama. Jun sería el Caballo de Troya que obliga a Roberto a abrirse a otros.

Creemos que el guión de Sebastián Boresztein falla por quedarse enganchado en la noticia del hombre que le cae una vaca del cielo, caso real que motivó a imaginar la historia de Jun viniendo a Buenos Aires. Pero ese hecho insólito no era el filme. Que Roberto se entere que Jun, era el chino de la noticia, no tiene importancia. Lo que importa es porqué el destino los ha cruzado para cambiar sus respectivas vidas.

Y eso es, precisamente, lo que “Un cuento chino” se olvida de contar.

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