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críticas chatarras

miércoles, abril 13, 2011

el día que empezamos a cuestionar el sueño americano 

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MAD MEN
data: http://www.imdb.com/title/tt0804503

“Mad Men” tomó la posta de “Los Soprano” por la supremacía en el mundo de las series. Y su ascenso es, por demás, justo. “Mad Men” es una serie intangible. El corazón de la historia, la clave de la trama, la tensión de los capítulos, opera en un segundo plano, más allá de las vivencias personales de los personajes. “Mad Men” describe un momento especial de la historia norteamericana: aquel período de la posguerra en el que la sociedad estadounidense empieza a preguntarse cuán ideal es el modelo del sueño americano.

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Las primeras temporadas se dan en la lucha electoral entre Nixon y Kennedy; las últimas, ya hablan del magnicidio en Dallas. En esos años, el mundo muta y con él muta la gente. La excusa para hablar de esa sociedad es la historia de Don Draper, genio de la publicidad, un hombre que se ha inventado a sí mismo, literalmente. Draper ha subido todos los escalones que exigía el paradigma del éxito: socio en una empresa importante, hermosa esposa ama de casa, dos hijos, varias amantes, coche lujoso, buenos trajes, camisas almidonadas, pelo corto y sin barba. Es la prueba viviente de lo que muestran sus anuncios: el hombre perfecto.

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Pero hay en Don Draper, una insatisfacción constante. Ha seguido el manual, ha cumplido los pasos para ser feliz; pero en la cima, su vida es vacía. “Mad Men” es el retrato de ese vacío existencial, de ese exacto momento en que una sociedad empieza a preguntarse si eso es, exactamente, la felicidad.

Los guiones de “Mad Men” tienen la sutileza de plantear esa pregunta, no con un personaje preguntándose en voz alta si es feliz o no, sino por la sobreacumulación de pequeños detalles, matices en las conductas que se revelan como fugas liberadas bajo extrema presión. Cigarrillo, alcohol, fobias, depresiones. El variado abanico de la alienación de la vida moderna, lugares comunes en nuestro léxico cotidiano, conceptos que recién empezaban a formarse en esos años.

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Ése es un elemento sumamente eficaz en la trama de “Mad Men”: el contraste histórico del contexto. Los personajes fuman como murciélagos, chupan desde la primera hora del día en su trabajo o en el hogar, las mujeres son bombardeadas en el trabajo con alusiones sexuales de machos en celo quienes no tienen empacho en ningunearlas laboralmente, los niños son objetos decorativos y sin opinión, a los que se los puede sopapear sin problemas. Como espectadores de los albores del siglo XXI, nos llama la atención tal comportamiento. Para los contemporáneos, eran conductas apropiadas de gente bien. Con tal drástico método, “Mad Men” nos hace pensar en cuáles de nuestras “correctas” maneras serán subvertidas por el mero paso del tiempo, caídas como las sucesivas fichas alineadas de un dominó.

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Algunos han descripto “Mad Men” como la guerra de los sexos. Es sólo una parte del cosmos de “Mad Men”. La lucha de las mujeres por ganarse un lugar en la sociedad y ser consideradas en pie de igualdad, en el trabajo, en la sociedad, claramente es una pieza central de la historia. Pero el Universo “Mad Men” excede esa lucha, por otra central: el logro de la felicidad. O, mejor aún, qué es aquello que consideramos, socialmente, como la felicidad.

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Da para pensar si, en estos tiempos, hemos dejado de creer definitivamente en esa utopía llamada felicidad; tal vez, seamos conscientes de que su constitución no es uniforme, sino específica a cada individuo. Y, por lo tanto, imposible de definir conceptualmente.

“Mad Men” da la idea de tener un casting perfecto. No imaginamos a un Don Draper distinto al imperturbable Jon Hamm. Pero en cuanto rascamos la superficie, notamos que no son tantos sus recursos actorales: el notable guión lo dota de más elementos de los que efectivamente posee.

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Los roles femeninos son, por lejos, los más atractivos de la serie, más finamente trabajados, con más facetas, sutiles matices que logran potenciar sus intérpretes. Nos referimos, en especial, al personaje de Peggy Olson (Elisabeth Moss), el rol espejo de Don Draper; Joan Harris (Christina Hendricks), la pelirroja de caderas octava maravilla del mundo y Betty Draper (January Jones), la esposa Grace Kelly del protagonista. Fotografía, dirección de arte, vestuario, son otros pilares indispensables de una serie en la que lo estético es parte de la trama.

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Nos quedamos con un par de escenas memorables: el consejo de Don a Peggy, en la cama de un hospital, recomendándole dejar atrás su pasado; los diálogos entre Betty y el nenito que está enamorado de ella; el capítulo de la muerte de la “esposa” de Don Draper en la que Peggy asiste a su derrumbe emocional; la campaña de Kodak presentada por Draper; la prueba de lápices labiales que hace sobresalir a Peggy del resto de las secretarias.

En suma, “Mad Men” es una de esas series que confirman que la televisión también puede darse un lugar para jugar con las grandes ideas como suele hacerlo el cine y el teatro.

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