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críticas chatarras

jueves, febrero 17, 2011

un Rocky subvaluado 

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EL GANADOR
data: http://www.imdb.com/title/tt0964517/

Hay una poética salvaje del box. Una lírica brutal que cincela la carne a golpe de puños, esquirlas de sangre y sudor esparcidas sobre la lona de un ring. Entre las rejas-cuerdas, dos hombres se enfrentan con un objetivo: que el otro caiga. Algunos boxeadores llevan el ejercicio de la masacre al nivel del arte. Son los Alí, los Sugar Ray, los Locche. Son artistas, artistas de los guantes.

Hay otros que riegan con coraje el cuadrado que pisan, lo único que exhiben, porque el destino no ha sido lo suficientemente generoso para algo más que un inmenso corazón para ganarse el día.

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Uno de esos tipos era Micky Ward, un irlandés americano guapo que sólo sabía boxear cuerpo a cuerpo, tirando zapallazos, rogando por ese impacto que le diera ganada una pelea que solía sostener con el deseperado recurso de poner la cara.

Si ustedes creen que exagero, acá están algunos minutos (¡sólo unos minutos!), como una pobre muestra de sus tres salvajes peleas con Arturo Gatti. Esto no es box, les aviso. Son sólo dos hombres tratando desesperadamente de bajarse del ring con dignidad:



Lo que “El ganador” muestra es una pálida reducción de la verdadera historia de Micky Ward. Arma el mosaico familiar, lo más interesante del filme, el matriarcado, con háren de hermanas incluido. La madre todopoderosa, con esposo sojuzgado que, no contenta de arruinarle la vida a un hijo, va en camino de hacer lo propio con otro. Unos minutos de verlos convivir y uno entiende que la verdadera pelea de Micky Ward estuvo debajo y no sobre un ring.

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El puntal de Ward es su hermano Dicky Eklund, celebridad local por haberlto tirado-empujado a Sugar Ray Leonard en una pelea. A las pruebas nos remitimos:



Dicky vive de la fama de un segundo que pudo haberlo cambiado todo. Sin embargo, ese fulgor pasó y hoy es un patético ídolo local sumido en las drogas. Por más que quiera, en su caída, arrastra al hermano al mismo torbellino del fracaso.

Si el mentor no puede rescatarlo, el otro deberá rescatarse y, a la vez, rescatar al hermano. Una mujer que prima sobre las otras. Y un cambio de timón en su carrera. Decisiones para que, a los golpes y sobre un ring, Micky Ward se aferre a la única chance que le dejó su futuro.

En la vida real, Ward estuvo tres años y medio retirado del box, pavimentando calles como obrero municipal, mientras su mano se cicatrizaba tras una cirugía que implicó un injerto con tejido óseo extraído de su pelvis. Lo que en el filme parece un breve paréntesis del que se sale con voluntad, en realidad fue un éxodo cercano al infierno definitivo.

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Todo lo original del planteo de la película dirigida por David O. Rusell (director de “Tres Reyes” y “I heart huckabbes”), se desmorona en la segunda mitad, la que coincide con el regreso de Ward. La historia se torna un “Rocky” menor. Hasta las escenas de las peleas son rutinarias, poco verosímiles, aunque las batallas de Ward tuviera mucho de ese ballet hollywoodense donde los boxeadores se pegan sin pausa y no se caen y combaten con guardias bajas, exponiendo el mentón a un piñazo destructor.

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La pregunta del millón es cuál es el motivo para que “El ganador” enloqueciera a la crítica argentina, tanto más que “Cisne negro” o “El discurso del rey”. Misterios que se repiten insistentemente en el ámbito local.

Sin ser un bodrío, “El ganador” es un filme que no le hace mérito a la gran historia que cuenta.

Y eso, por la historia que tenía en sus manos, no deja de ser un pecado mortal.

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