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críticas chatarras

martes, febrero 22, 2011

lo irremediable 

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RABBIT HOLE
data: http://www.imdb.com/title/tt0935075/

Hace unos años, en ocasión de tres películas que hablaban del proceso de asimilación de la muerte de un ser querido (en dos casos, un hijo; en el otro, un esposo), esbozamos un modelo del duelo, desde la estructura del guión. Los que quieran consultarlo, está en el número 98 de junio de 2002, de “Super Chatarra Special” (http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/junio2002/algunosapuntes.htm).

Viene a cuento porque está llegando otra película sobre un duelo de la muerte de un hijo: “Rabbit hole”, basada en la obra de teatro de David Lindsay-Abaire, con Nicole Kidman, Aaron Eckhart y Dianne Wiest, con dirección de John Cameron Mitchell (disfrazado de director “serio”, lejos de “Shortbus”).

Si nos apegamos (como simple guía de análisis), a ese modelo de guión del duelo, la película toma la vida de Becca y Howie en pleno duelo. La película entra en la etapa plena de lo que llamamos “la cumbre de la angustia”, el momento en que la ira reemplaza a la tristeza y la resignación.

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Becca está furiosa; no lo está menos Howie, pero él intenta adaptarse a la tragedia, a retomar el ritmo normal de vida. El grupo de autoayuda, el intento de volver a tener relaciones sexuales con su esposa, la especulación de pensar en un futuro hijo. Pero Becca boicotea toda posibilidad: ella está en una serena cólera que explota, implacable, en cada respuesta gélida.

El hecho fortuito que sacude el árbol, que provoca un cambio en la inestable situación estable del personaje, es el embarazo de la hermana de Becca. Porque ahí se suceden los elementos contradictorios: el de la felicidad ajena con la tristeza propia. Hay otro hecho fortuito, funcional al primero: el cruce entre Becca y Jason, el joven que conducía el coche que atropelló al hijo de Becca, cuando éste se cruzó imprudentemente corriendo al perro. Jason atraviesa su propio duelo, dolor que confluye con el de Becca y se asimila.

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Hay dos roles contrapuestos de dos madres que perdieron sus hijos: Gaby (Sandra Oh), del grupo de autoayuda y Nat (Dianne Wiest), la mamá de Becca que, a la vez, perdió a su hijo de treinta años por una sobredosis. Son roles polares: una, tras ocho años de la tragedia, sigue asistiendo puntualmente al grupo de autoayuda, hasta que su esposo lo abandona; la otra, a su manera, ha seguido viviendo.

Ambas son catalizadores para los personajes de Howie y Becca.

Gaby lo es para Howie: su relación es un coqueteo con la perpetuación del dolor, la continuidad del duelo permanente, una herida que nunca se cierra. En la escena en la que Howie visita la casa de Gaby, el personaje se enfrenta a su futuro. Y debe decidir si quedarse en la comodidad del dolor o transitar la vereda áspera de sobrevivir.

Nat hace lo propio con Becca. La escena clave es cuando juntas vacían el cuarto del niño muerto y llevan las cajas con los juguetes al sótano. Toda la vida del niño (todos los recuerdos) se acumulan en cuatro cajas, en un rincón polvoriento. Hasta ahí, Becca no ha permitido la comparación entre su hijo muerto y su hermano. No ha querido que Nat, su madre, comparta su experiencia del dolor. Pero allí, en ese momento, Becca pronuncia las palabras decisivas: “¿Alguna vez termina este dolor?”.

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Cuando Becca y Howie se encuentran en la cocina, en la escena final, ya han decidido que juntos atravesarán la etapa del dolor que continúa. Ella propone reconciliarse con la amiga que se borró durante este duelo y organizar una fiesta; él, aporta la salida a la etapa de la “cumbre de la angustia”, con una receta tan sencilla como atroz: no hay solución posible.

En un notable monólogo final, Howie le indica a Becca los pasos a seguir en la futura fiesta, mimando a los chicos de los amigos, mostrándose interesados en su desarrollo, aceptando que pregunten por el propio hijo fallecido, simulando que han superado el dolor.

Luego, esperar. Esperar que ocurra algo.

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Porque el hallazgo dramático de “Rabbit hole” es que no hay solución posible para la pérdida, que la tragedia nos modifica tan irreversiblemente que dejamos de ser los mismos y que es imposible pensar en un retorno a un estado anterior.

Sobrevivir tal como se esté, sin anhelar volver a ser los mismos. Porque eso que fuimos, irremediable, quedó en el pasado.

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