miércoles, octubre 20, 2010
abriendo una ventana
EL HOMBRE DE AL LADO
data: http://www.imdb.com/title/tt1529252
Vine posponiendo la visión de “El hombre de al lado” por este prurito de “cine independiente con buena crítica” que suele ser una etiqueta para bodriazos inmensos. Afortunadamente, Gaby (Gracias Gaby!) me instó persistente y perseverantemente a ver esta película. Y digo afortunadamente, porque es una buena película, uno de los títulos más redonditos de este año.
La idea del guión de Andrés Duprat es básica pero contundente: Leonardo, diseñador gráfico snob, de alto poder adquisitivo, propietario de la casa Curuchet que diseñó Le Corbusier en La Plata, debe lidiar con su vecino Víctor, el non plus ultra de la grasada, con pasado posiblemente violento, que un buen día, maza en mano, abre un agujero en la medianera en busca de un poquito de sol.
Toda la película es el contrapunto entre esas dos voluntades: un tipo que avanza y otro que trata de negociar; uno que es un pesado, otro que es políticamente correcto; uno que amenaza sutilmente, otro que es sutil en sus estrategias pero no menos violento.
Si viéramos la película desde el lado leguleyo, estaríamos cuestionando las razones de Víctor para abrir una ventana en la medianera, postularíamos la ilegalidad de tal acto, encontraríamos la inconveniencia de alterar la estética de una casa que es un monumento histórico, hablaríamos de que la necesidad de Víctor de un poco de sol no puede ser satisfecha patoteando los derechos de Leonardo, etc., etc. Es más, desde la barricada psicobolche, hablaríamos de qué ley puede respetarse si no respeta el derecho sagrado de cada hombre a su rayito de sol, de que si la ley no contempla el lado humano, no es ley, etc., etc.
Bueno, pavadas.
Todo eso puede servir para una discusión de café. Pero “El hombre de al lado” no es un expediente judicial. Es una metáfora. Habla del proceso de polarización de Argentina que construyó muros que separan los altos y bajos ingresos de la población. Leonardo vive en microclima europeo. Pero en Argentina. Y eso es una contradicción en sí misma. Tiene sus pruritos zurdosos (no le regalemos a la doméstica la última taza que sobró; cómprale media docena), ha hecho campañas por los pueblos originarios, se reputa racional, analítico, civilizado. Pero sus problemas empiezan cuando tiene que enfrentar al otro. El tipo que está ahí, del otro lado de la pared, el tipo con el que no quiere cruzarse en su vida, porque piensan distintos, viven distintos, tienen gustos distintos.
El primer encuentro de los personajes, ventana mediante, es un buen ejemplo sobre esto. Leonardo “olvida” el nombre de Víctor que lo invita a su casa. El tipo no quiere ir. Todo contacto es desde lejos, desde la puerta, en un bar. Víctor también trastoca el nombre de su interlocutor. Hay barreras que impiden verse como iguales, como personas. Esa incomodidad primordial es una característica de toda la historia.
Lo interesante del guión de Andrés Duprat está en que Víctor no busca destruir el mundo de Leonardo. Para nada. Lo envidia, lo admira. En su sempiterna grasada, Víctor es tan snob como Leonardo. Su sueño es formar parte de ese mundo. Y la ventana está allí, no para joder a Leonardo, si no para emularlo. Para que Leonardo lo vea. Para formar parte de su vida. A los codazos, torpemente, con regalos patéticos, Víctor reconoce a Leonardo como el lado de la sociedad en el que quiere estar. Aunque no tenga la formación, los códigos, la tradición de Leonardo. Víctor es, en esa pasión, tan cholulo de Leonardo que no capta los tics elitistas de quien consume productos culturales no por la satisfacción que producen en el alma, sino porque son símbolos de una posición socioeconómica.
Hay otro hecho destacable: esta película sólo puede pasar en Argentina. Durante todo el filme, hay algo que está ausente, tan ausente que se siente su presencia: las estructuras del Estado. Recurrir a las instituciones, no es una opción de los personajes. Y no nos parece inverosímil. Porque, efectivamente, el choque de Leonardo y Víctor carece de todo espacio de contención, de instancia mediadora. Leonardo y Víctor colisionan, apelando a los distintos niveles de violencia, porque no hay otra instancia para superar el conflicto. La única vez que se habla de abogados es para apretar al otro. No es para aplicar la ley: es para patotear al rival. Un síntoma de la clase de país en que nos convertimos. En un país democrático y republicano, la historia de Leonardo y Víctor no pasa de la denuncia judicial. No habría conflicto.
Víctor es el que parece más ducho en el arte de la violencia; forma parte de su contexto, de su vida, se desprende de su postura corporal, aunque desconozcamos quién es verdaderamente y de dónde viene. En la escena final, comprobamos que es un experto en el uso de armas. No obstante (nuevamente apelamos al final) su violencia ni remotamente es la más peligrosa. La taimada, aceitada, sutil, violencia de Leonardo, es más eficaz, mucho más implacable. Tras la pátina de “racionalidad”, el combate de líderes alfa está latente. Y ganará, como siempre sucede en la ley de la selva, el más fuerte.
La negación de Víctor y lo que él representa, provoca en Leonardo la necesidad del aislamiento. Levanta muros para “protegerse” del otro (visto el otro como un elemento extraño y agresivo); esos muros se convierten en celda. Del paradisíaco vivir de la casa ideal de los primeros momentos del filme, el desenlace nos revela un ambiente asfixiante, frío, opresor. El mundo interior de Leonardo es pobre, elemental, sin relaciones cálidas ni verdaderas. Todo es demasiado correcto, impoluto, perfecto. El contraste con los tonos gruesos de Víctor es demasiado evidente. No en vano, en muchas escenas, Leonardo espía a Víctor. Si el otro ansía la sofisticación de su vecino, éste anhela ese lado animal que despierta su morbo.
Hay muchos chistes visuales en la puesta en escena, guiños de los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn. Por ejemplo, el Che Guevara fucsia, la doméstica con aspiradora naranja a tono y remera del subte de Londres, el mate cuerno de Víctor o el termo eléctrico. Dentro de la sutileza, nos quedamos con una escena: aquella en la que Leonardo, desde la casa de Víctor, mira a su casa. Es un segundo en medio de una discusión. Pero Leonardo muta su cara cuando ve su casa. Tal vez, en ese momento, comprenda en lo que se ha convertido su vida. Y esa cara (un instante en una escena más) demuestra, sin dudas, que su vida apesta.
Destacable el trabajo de los actores principales Rafael Spregelbud y Daniel Aráoz que tienen la virtud de hacer creíbles sus personajes, más aún cuando están cerca del estereotipo, riesgo que sortean con holgura. Fotografía, vestuario, escenografía son rubros fuertes de la película. Y destacamos el diseño de títulos, tanto el de apertura como los finales.
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