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críticas chatarras

viernes, septiembre 17, 2010

la distancia del bolero al tango 

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TRUE BLOOD / CREPÚSCULO / LUNA NUEVA / ECLIPSE
data: http://www.imdb.com/title/tt0844441 / http://www.imdb.com/title/tt1099212 / http://www.imdb.com/title/tt1259571 / http://www.imdb.com/title/tt1325004

Alguna vez supo definir Alejandro Dolina las diferencias entre el bolero y el tango señalando que estos géneros tratan el amor de modo tan disímil que pareciera que hablaran de cosas totalmente diferentes. El Negro supo ejemplificar su concepto contraponiendo el verso “… si puedes tú con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar” con el memorable “¿En dónde estaba Dios cuando te fuiste?” discepolliano.

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Esa observación viene a cuento cuando comparamos dos cumbres de la actual moda vampírica: la serie televisiva “True Blood” y la saga cinematográfica de “Crepúsculo”. Ambas pivotean sobre la pareja protagónica, el amor entre una humana y un vampiro. Ambas son adaptaciones de sendas obras literarias. Ambas abren el juego a los hombres lobos. Ambas hablan de la lucha interior entre satisfacer la naturaleza y hacer lo debido. Ambas coquetean con la idea de la pulsión de la muerte en la relación sexual. Pero una (“Crepúsculo”) toma esos elementos y cuenta una historia con la eficacia de una telenovela; la otra, sacude esos mismos ladrillos, en un batido de fluidos viscosos y derrama sobre el televisor una obra suprema.

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“Crepúsculo” es un producto dirigido a los adolescentes, en los que se adivina cierta impronta republicana: el mordisco o no del protagonista vampiro es una metáfora, más o menos disimulada, de la pérdida de la virginidad. “¿Consumar o no nuestro amor?” es el dilema de Bella y Edward. La insistencia en la propuesta matrimonial de Edward (“por respetarte”, “porqué era más sencillo en los viejos tiempos”), en el final de la tercer película de la saga, previa a la conversión de la protagonista (léase, “hincarle el diente bien hincado”) es un ejemplo de esta “sutil” alegoría.

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“True Blood” no tiene ese problema. Ubica la historia en un pequeño pueblo del sur norteamericano e innova con el supuesto de que los vampiros han salido del placard, reconocen su existencia y se mantienen con una sangre sintética que crearon los japoneses. Y a partir de ese planteo, todos se revuelcan con todos, sin discriminar: vampiros, heterosexuales, homosexuales, hombres lobos, ménades, cambia-formas, etc., etc. Literalmente, la pantalla chorrea fluidos, sudor, babas y, principalmente, sangre, sangre en todas sus formas (derramadas de orificios en los cuellos, sangre-melaza en los restos de los vampiros liquidados, sangre vertida de las venas abiertas de los vampiros sanadores).

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Lo que “True Blood” cuenta es otra lucha, ya no por la duda sobre la inminente pérdida de la virginidad, sino la batalla por aceptar la propia naturaleza y asumir un lugar frente a los otros. Los personajes se muestran con todas sus facetas contradictorias: podemos ver un vampiro despedazar a un humano y, escena siguiente, titubear de amor como un adolescente. Los lados oscuros se matizan. Y la categoría “vampiro” toma su lugar en el carrusel del pueblito típicamente WASP estadounidense intercambiando lugares con otros rótulos como “homosexual”, “afroamericano”, “esclavo”, “veterano de guerra”, “mujer”. Las discriminaciones encuentran nuevas víctimas para ejercer el miedo a lo diferente.

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El hallazgo de “True Blood” está en identificar al sexo como el elemento igualador que barre las diferencias. Compartimentos estancos se derrumban sobre las sábanas, cuerpo contra cuerpo. Si empezamos a estremecernos con la perversidad de los vampiros, a poco andar, caemos en la cuenta que los humanos que conviven con ellos no son menos perversos. En ese campo de batalla, unos y otros buscan quien los acepte con sus truculencias.



Si en “Crepúsculo” vemos el temblor de la pareja Kristen Stewart – Robert Pattinson con sólo rozarse una uña y, sin embargo, permanecen separados, en “True Blood” no tienen empacho en quemar la pantalla Anna Paquin – Stephen Moyer. Sookie, el alter ego de Paquin, con remerita ajustada y minifalda de camarera, chorrea sensualidad en cada plano. Curvas, fibra muscular, pelusa en el ombligo versus la palidez y astenia de la pareja de “Crepúsculo”. En su desborde, su estética porno soft, su atrevimiento en cruzar los límites, nos reconocemos en los personajes de “True Blood” aunque se revuelquen sobre las vísceras de sus enemigos. Porque se muestran vivos. Con toda la gama de barbaridades, contradicciones, miedos y nobleza que exhiben aquellos que se atreven a sondear en su naturaleza. En contraste, los pibes de “Crepúsculo” están muertos antes de haber, siquiera, vivido.

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El formato permite a “True Blood” contar con mayor pluralidad de historias paralelas, de las que carece “Crepúsculo”, aún dándole el handicap de estar hecha para el cine. Los personajes secundarios de la saga “Crepúsculo” son anecdóticos; los de “True Blood” decisivos para reforzar el tema de la serie. Posiblemente se destaquen los personajes como los de Eric, Lafayette, Sam o Tara, pero yo me voy a quedar con la deliciosa parejita de Jessica, la vampira adolescente y Hoyts, el pibe que trata de sacarse de encima la carga de una madre ultraabsorbente. Sus momentos son gloriosos. Nunca, como en esos personajes, nos queda en claro los esfuerzos titánicos que hacen los seres (vampiros o humanos, es indistinto) para poderse acercarse a los otros y compartir sus vidas aunque sea por un rato.

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