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críticas chatarras

jueves, agosto 05, 2010

cajas chinas 

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EL ORIGEN
data: http://www.imdb.com/title/tt1375666/

Christopher Nolan nos sorprendió hace unos años, con una película monumental como “Memento”, uno de los mejores guiones de los últimos tiempos, una historia contada a contramano de la flecha del tiempo. Detrás del mecanismo de intriga, Nolan nos sugería que todos necesitamos un pasado, no importa que éste sea falso.

En “El origen”, Nolan nos vuelve a sorprender, con un híbrido de “Matrix” y “Memento”, un guión brillante que opera en varias capas, un delicado conjunto de cajas chinas, en la que cada opción repercute en un nivel superior. Si en “Memento”, Nolan hablaba de la necesidad de tener un pasado, acá, en “El origen” se sugiere la necesidad de creer en la realidad de lo que percibimos, aunque nadie esté completamente seguro de esto.

“El origen” es la historia de un grupo de extractores, mercenarios que comparten un sueño con la víctima y, en una compleja puesta en escena, “extraen” secretos industriales, celosamente guardados en el subconsciente. El jefe del grupo es un tal Cobb (Leonardo DiCaprio) a quien se le adivina un secreto inconfesable, en la figura de su esposa que aparece como una proyección arruinando sus misiones dentro del sueño.

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El punto crucial para Cobb y su equipo llega cuando le proponen “introducir”, en el subconsciente del heredero de un imperio comercial, la idea de deshacer el conglomerado industrial como si fuera suya. Para lograr el objetivo, Cobb y su equipo apuestan a un riesgoso método: un sueño dentro de un sueño dentro de otro sueño. Tres niveles de sueño para engañar a la víctima e implantar, subrepticiamente, el germen de la destrucción del imperio heredado de su padre.

Así como la trama de “El origen” opera en distintos niveles, la interpretación de esta película (como suele suceder con los buenos guiones) puede vertebrarse en más de un nivel. Algún tipo de espectador podrá quedarse en el nivel de la historia de ciencia ficción, el thriller cuasipolicial, y salir satisfecho de la experiencia. Para él, “El origen” será un juego de acertijos, un largo interrogante, sin pedir nada más. A ese tipo de espectador, posiblemente, le resulte caprichosa la última escena del filme. Dirá que es un final abierto, poco comprometido.

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Los que raspen la superficie se encontrarán con algo más que una película de acción, hallarán una indagación sobre la creencia que tenemos todos (o casi todos) que lo que estamos viviendo es real. Actuamos basándonos en que la realidad es un dato externo. Es el tótem que utilizan los protagonistas, el alfil o el trompo que nos certifica que no es una ilusión lo que sentimos. El punto débil de ese supuesto es el engaño de la percepción. No podemos diferenciar al sueño de la realidad.

¿Hasta qué punto podemos vivir sin asumir ese supuesto fundamental? ¿En qué lugar negociamos con la realidad y aceptamos esa ilusión, como anclaje para vivir? Es la clave de la escena final (no leer si no vieron la película. ¡Ojo! ¡No digan que no les avisé!). El trompo gira. Usted puede creer que está tambaleando y Cobb está en la realidad; usted puede creer que seguirá girando por siempre y Cobb sigue dormido. Pero eso no es un final abierto. Esa escena es la pista de que Nolan nos cuenta algo más que un thriller. Es la metáfora visual de nuestra existencia: jamás sabremos si es tangible esta realidad o una ficción. Para los budistas, no caben dudas de esa ficción; el nirvana es despertar a esa verdad.

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La fotografía de Wally Pfister y la dirección de arte de Luke Freeborn, Brad Ricker y Dean Wolcott merecen citarse porque son responsables del regodeo visual de “El origen”. Siempre subordinados a la historia, los efectos especiales nos entregan escenas notables, como la ciudad plegándose a sí misma o la secuencia en ingravidez.

Se agrega un auténtico póquer de buenos actores, un seleccionado de lo mejor que hay hoy en pantalla. Anoten, acompañan a DiCaprio: Ellen Page, Michael Caine, Marion Cotillard, Ken Watanabe, Cillian Murphy… y siguen los nombres.

Un filme para no perder que vale ver en la pantalla grande de un cine.

Después no digan que no les avisamos.

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