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críticas chatarras

lunes, octubre 19, 2009

diseccionando el acto de filmar 

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LOS ABRAZOS ROTOS
data: http://www.imdb.com/title/tt0913425/
La menos emocional de las películas de Almodóvar; o la más racional. Como se prefiera. “Los abrazos rotos” es una alegoría sobre la dirección cinematográfica. Repleta de autorreferencias, de citas cinéfilas, de alusiones al acto cinematográfico, Almodóvar resume todo en la última frase del filme: “Terminar la película aunque sea a ciegas”. Esa frase resume la pulsión del acto cinematográfico, la convicción del creador que sacrifica todo (su amor, su futuro), por la obra que lo justifica.

Harry Caine (remember Citizen Kane), el alter ego de Almodóvar, o, mejor dicho, la faz guionista de Almodóvar, puede haberse quedado en las playas de Lanzarote con su amada Lena, lejos del alcance de su mortal enemigo (Ernesto Martel, su productor). El precio es hundir su obra, su película mortalmente editada, sepultada en los grandes fiascos de la historia. Y ante esa afrenta (¿quién dice que es un mal precio?), Caine pisa el palito y asoma la cabeza, comprometiendo todo. Un acto narcisista, sí; un reflejo de la supremacía de la creación aún sobre la felicidad del propio artista.

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En el formato del melodrama (género predilecto de Almodóvar), la historia de Caine es un compendio de lugares comunes, de repeticiones de escenas clásicas (la mujer cayendo por las escaleras empujada por un malvado; el triángulo amoroso entre el viejo – la belleza – el joven; la bella “sacrificándose” por el joven). Esa historia superficial es endeble, absurda por momentos. Pero no es la historia que está contando Almodóvar. El manchego se ha dedicado a distribuir, en esa trama de telenovela, los roles de la producción cinematográfica. Está el productor, el guionista, la actriz, la asistente (mano derecha y traidora) y, omnipresente en su ausencia, el director. Harry Caine es el residuo de Mateo Blanco; esto es: el guionista es el director que ha perdido la vista. (La vista es un tema que se repite, una y otra vez, en el filme: imágenes de ojos, colores chillones).

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Y la resolución de “Los abrazos rotos” es la toma de posición de que un director es mucho más que un contador de historias. Ante el mismo material (la cantidad de película rodada), un editor irresponsable construye un desastre; un genio, una película épica. En ese hecho, se impone la trascendencia del director, como un rol diferenciado y fundamental. La película es del director por más que se esmeren en su paternidad, productores, guionistas, actores, escenógrafos. El cine es cine de autor. El hecho artístico es propiedad ineludible del director.

Por tal motivo, “Los abrazos rotos” es una declaración artística de fe de Pedro Almodóvar. Allí están sus credos, sus obsesiones, sus fuentes. Los filmes, las actrices, el examen de su propia filmografía con la recreación de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Quién quiera analizar las influencias de la obra almodovariana, tendrá que ver con detalle este filme.

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El precio a pagar es, como suele suceder con las alegorías, cierta frialdad, cierta falta de dimensión humana. Posiblemente, con ser una de las películas más racionalmente elaboradas de Pedro Almodóvar, sepa a poco, a incompleta, a borrador. No es así, pero no es un filme para el espectador promedio. Es una película sólo para fanáticos del director español.

Entre los detalles a señalar, prestar atención especial al trabajo que Almodóvar hace con su actual actriz fetiche, Penélope Cruz (en una actuación que no molesta), a la que virtualmente transforma en Audrey Hepburn (amén de una mención a Marilyn Monroe). Almodóvar llena la pantalla con Penélope Cruz y esa también es una mención a la historia grande del cine, la relación crucial entre el director y la actriz.

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