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críticas chatarras

miércoles, septiembre 30, 2009

poética del fracaso 

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THE GREAT BUCK HOWARD
data: http://www.imdb.com/title/tt0460810/fullcredits#cast
El Mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con una varita azul, y luego esperaba que apareciera una paloma.

Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía.

Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas.

La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera magia. Y en cada actuación, en cada golpe con su varita azul estaba la fervorosa esperaza de un milagro. Él no se contentaba con las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redondamente.

Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbidos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto confiaba. Una noche se presentó en le club Fénix. Otros magos lo habían precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una paloma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche.

Apenas si lo aplaudieron. Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. Rizzuto no volvió a los escenarios. Tal vez siga haciendo aparecer palomas en forma particular.
“Magia”
ALEJANDRO DOLINA
La imagen del mago Rizzuto surge espontánea ante la visión del mentalista Buck Howard (el Gran Buck Howard), el memorable engendro kitsch que John Malkovich eleva a las cimas del patetismo poético.

Tras su coraza de soberbia y prepotencia, Buck Howard esconde la vulnerabilidad del artista que hace cabriolas sobre el alambre. Su acto es artístico no por su calidad, sino porque arriesga la vida (la paga) al final del mismo. ¿Acaso hay una prueba más elevada de su nobleza?

Tiernas almas, poetas del fracaso, artesanos del corazón expuestos sobre un escenario polvoriento, en un pueblo perdido, ante un público que apenas intuye la grandiosidad del acto al que asisten. Magia perdida pero magia. Sueños evocados, estrellas en la noche oscura.

Recomendamos a los pichones de actor que presten atención cómo, con pocos elementos repetidos, John Malkovich compone su entrañable personaje. La primera aparición de Buck Howard lo define sin que pronuncie palabras: su flequillo teñido, su vestuario chillón, la sonrisa prefabricada y su apretón de manos flameando el brazo de su interlocutor. Una serie de frases repetidas hasta el hartazgo (“Adoro esta ciudad”, “¿No es una locura?”, “61 veces”) se convierten en otros tantos rasgos característicos del protagonista. Su composición bordea la caricatura, pero nunca cae en ella.

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Un último apunte: Sean McGinly tiene un puñado de películas escritas y dirigidas, ningunas francamente recordables. ¿Cómo ha llegado la historia del Gran Buck Howard a esas playas? La pista está en la dedicatoria en el final de la película, la mención al Asombroso Kreskin, el mentalista en quién se inspiró McGinly para su personaje. McGinly supo conocerlo de cerca: como Troy Gable, también fue su coordinador de giras.

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