lunes, marzo 30, 2009
juntos en la ciudad
PARÍS
En “París”, un personaje, un profesor de historia hablando a una cámara para un documental televisivo, explícita el objetivo de Cédric Klapisch al escribir y dirigir esta película: “En su prefacio a París Somnolienta Baudelaire mencionó que ese trabajo no tuvo: ‘ni pies ni cabeza’. Era una forma moderna de poesía, fragmentada, sín métrica ni rimas. Él justificó sus deseos de componer poemas en prosa, diciendo: ‘por sobre todo, enormes ciudades, con sus incalculables interconexiones, engendraron este obsesivo ideal’. Las ciudades de hoy tampoco tienen ‘ni pies ni cabeza’. París es una fragmentada fuente de hombres, historias, épocas, monumentos, lugares... Déjenos a nosotros también probar para descubrir ese universo de un modo fragmentado”.
Esa es la propuesta estética de “París”, el filme de Klapisch al que celebramos en la muy divertida “Piso compartido” y su continuación (no tan brillante) “Las muñecas rusas”. Describir un pedazo de universo en el calidoscopio de una ciudad, la Gran Ciudad que se mece a orillas del Sena, la poética París. Una historia coral, cruces de hombres y mujeres que conviven bajo el albergue de una ciudad, sin ser conscientes del todo de lo que eso implica, de la auténtica dicha que significa moverse, respirar, renegar y preocuparse por las cosas que nos hacen enojar todos los días.
Con este planteo y ese título, Klapisch se ponía un gran peso encima. Si la película no era brillante, le iban a tirar los galgos encima. Bueno, suelten los perros. “París” no es una mala película, pero no termina de funcionar.
Klapisch centralizó las historias alrededor de un personaje observador: Pierre, el bailarín gravemente enfermo del corazón que, mientras espera un trasplante, examina desde su ventana parisina las historias de los demás protagonistas. Alrededor de Pierre y su hermana (Juliette Binoche) giran las historias de un profesor universitario maduro enamorado de una estudiante jovencita; una ex esposa que hace el ridículo ante su ex, en un puesto de frutas; un arquitecto que aspira a la perfección; la dueña de una panadería, tirana xenófoba; el viaje de contrabando de un inmigrante africano que aspira llegar a la Ciudad Luz; unas ricas chicas ligeras de casco.
El problema de “París” es, precisamente, la propuesta de Klapisch, describir ese puñado de seres, de forma fragmentada y caótica a lo Baudelaire, apostando a la poesía que puedan emitir esos trozos de vida. Por momentos asoma esa magia cotidiana, pero sólo por momentos. En general, “París” peca de cierta invertebración y de una falta de peso de algunas historias respecto a otras.
Por ejemplo, el personaje de la dueña de la panadería no tiene ningún sentido en la estructura dramática; no carece de gracia su toque racista, pero podría haber salido del guión sin que nos diéramos cuenta. La historia del profesor universitario, de más tenor dramático, se pierde en el final, dejando inconcluso el romance con la jovencita sin llegar realmente a nada.
Pese al intento de Klapisch y sin fracasar estrepitosamente, “París” queda a mitad de camino. Hay algo incompleto en el aire, cierto tono de fatiga y de repetición automática que no la favorece.
Escenas destacadas: el viaje final de Pierre en taxi; el strip-tease de Juliette Binoche; la visita de las “chicas” al mercado de frutas; la sesión de psicoanálisis del profesor universitario.
Las babas del día para Mélanie Laurent, la estudiante que enloquece al profesor universitario, y Sabrina Ouazani, la vendedora árabe de pan. Con ellas, París bien vale una misa.
Las mejores frases, mañana.
CONSEJO: esperar al DVD, sin apuro.
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