martes, febrero 24, 2009
saliendo del clóset
MILK
“Milk” es una clase práctica del sistema democrático de gobierno de los Estados Unidos. Describe, con extremada precisión, como un grupo minoritario, discriminado y sin peso en la sociedad, escala posiciones, adquiere poder y termina siendo una coalición influyente en la arena política. También refleja esta otra ley implícita norteamericana de asesinar a aquellos líderes sociales que han alcanzado suficiente poder para alterar el statu quo.
Harvey Milk se pasó cuarenta años de su vida escondido en el placard. Como era norma para los homosexuales antes de los 70, llevaban una doble vida, a escondidas de familiares, amigos y compañeros de trabajo. Milk afronta el riesgo de mostrarse como es y parte al Oeste, al pueblito de Castro cercano a San Francisco, a poner un negocio con su pareja. El prejuicio y la persecución también están ahí. Pero en lugar de esconderse, Milk agarra un cajoncito de madera y se pone a hablar en la calle. Empieza el largo camino del activismo que lo llevará a ser el líder del movimiento gay, al punto de transformarlo en un decisivo factor de presión política.
Lo interesante de la historia de Milk es verlo transformarse en político, de cómo aprende de sus derrotas, como se convierte en un líder mejor y cómo guía a sus representados hacia el autoconocimiento de su fuerza como grupo. Cuando las balas asesinas acaben con Milk, su liderazgo seguirá intacto porque el grupo que representa ha tomado conciencia de su fortaleza. Ése es el auténtico triunfo de un grupo discriminado: cuando se sienta a la mesa de los actores sociales. Es, también, el triunfo del sistema democrático de gobierno.
El ascenso de Milk es un claro ejemplo de cómo funciona el sistema democrático en Estados Unidos. No es que no haya violencia, golpes bajos, agachadas. Pero quién persevera y es suficientemente inteligente para liderar un cambio, logra un lugar bajo el sol. En países como los nuestros, en cambio, los activismos sociales transitan por otras vías meramente declarativas y estériles.
Hay otra línea interpretativa en el ascenso de Milk: el orgullo de su naturaleza. Milk ha aprendido a no esconder lo que es, a no sentir vergüenza por su identidad sexual. Es el primer paso para salir del ghetto. Es el auténtico cambio que le pide a sus dirigidos: salir del clóset, confesarse ante amigos y parientes, mostrar que son seres humanos y no monstruos, enfermos o malvados. Cuando no se avergüenzan de sí mismos y ganan la calle, logran la victoria.
Gus Van Sant ha tratado esta historia con un tono de falso documental, sugerido desde la fotografía de Harris Savides. Trozos de ficción se yuxtaponen con segmentos auténticos. La representación y la realidad se mezclan, desde el relato en off que cuenta Harvey Milk frente a su grabador, poco antes de morir.
El trabajo de Sean Penn deglute todo como un monstruo voraz. Se llevó un Oscar más que merecido porque es de esos actores que no se repite y que se subordina al personaje. Cuando buscamos en Internet imágenes del verdadero Harvey Milk, llama la atención los gestos que le vimos repetidos a Sean Penn. A su lado, Josh Brolin completa otro trabajo excepcional, como su asesino y (tal vez) homosexual no reconocido.
Escenas destacadas: la noche que vencen a la Propuesta 6; el discurso en el que Milk encauza un disturbio popular (azuzado por sus propios hombres); el llamado telefónico del chico paralítico que va a ser llevado a una hogar de “reeducación” de homosexuales.
Las mejores frases, mañana.
CONSEJO: ir a verla.
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