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críticas chatarras

lunes, febrero 16, 2009

cine arte 

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EL SUEÑO DE EMMA / LAS HORAS DEL VERANO

Entre el torrente de películas por el Oscar, hay dos pequeñas producciones en las salas de cine arte, que merecen citarse. Nos referimos a la alemana “El sueño de Emma” y la francesa “Las horas del verano”, pequeñas historias, fuera de la gran producción norteamericana, pero con un par de ideas que vale la pena señalar.

La más poética y emotiva es “El sueño de Emma”, una historia sobre la muerte, centrado en Emma, un personaje memorable. Emma es una joven que vive sola en una granja, pretendida por el policía del pueblo (al que requiere a la hora de pedir ayuda, pero ignora para las cosas del amor).

La primera escena de Emma nos define la complejidad psicológica del personaje, su rico mundo interior y el rutinario contacto de la muerte que tiene en su cotidiano quehacer de la granja. La vemos acariciando a un cerdo, besándolo en la cabeza y luego, sigilosamente, degollándolo mientras lo sostiene y lo calma, esperando el final. “Uno, dos, tres... ya está... te dije que no duele”.

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A los pies de esa mujercita solitaria llega Max, un hombre que acaba de enterarse que fallecerá de un cáncer terminal. No ha tenido mejor idea que robarse la plata de la agencia de coches del amigo con el que trabaja. En la huida, termina rodando con su coche a puerta de la granja de Emma. En ese cruce cósmico, los dos solitarios compartirán unas semanas, para cambiar sus mundos drásticamente.

“El sueño de Emma” es esa clase de películas con una idea que parece muy sencilla, pero que sólo es sencilla una vez que ha sido vista. Con una anécdota mínima, sin caer en el drama, con un tono que no escatima el humor, el director Sven Taddicken ha sabido conducir la historia con el decoro que debía.

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Del sólido elenco, se destaca la pareja central, la excelente Jördis Triebel como Emma y el desamparado Jürgen Vogel, el moribundo Max. Escenas destacadas: la inicial, del sacrificio del cerdo; el encuentro de Max en la puerta de su granja; la última escena entre Max y Emma, debajo del árbol; la boda. La frase: “Olvídala. Es demasiado para ti”.

La otra película que comentamos en esta crítica, es la obra de Olivier Assayas, guionista y director de “Las horas del verano” y, también, coincidentemente, nos habla de la muerte. Aquí, Helene, la madre que se despide del mundo, se reúne en un último almuerzo familiar con sus tres hijos, Frederic, Jeremie y su hija Adrianne. Helene ha cuidado del patrimonio artístico de su tío, un pintor de cierta fama, con un celo que sugiere ciertos secretos que la familia intuye pero prefiere callar. Lo cierto es que Helene, sintiendo cercano el final, dispone las cosas para asegurar el legado que ha cuidado todos esos años.

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El filme se cuenta a través de una sucesión de encuentros familiares, estampas atravesadas por una cámara en largos planos secuencia, avanzando por las estancias familiares como un testigo ocular más.

La historia de “Las horas de verano” se intuye en los diálogos, los conflictos apenas expresados, las pretensiones que quedan frustradas. Assayas ha logrado captar, con mucha delicadeza, la levedad del ser, cuán pequeña es nuestra huella por el mundo y qué poca relevancia son aquellas cosas por la que creímos que íbamos a trascender.

Cuando el patrimonio de Helene entra a remate, las joyas codiciadas por la familia, son ignoradas por el mercado. Aquellos objetos relegados, llaman la atención. Y esas cosas que nos acompañaron en vida, terminan siendo inanimados actores en salas de museos, incapaces de transmitir el calor de las personas que compartieron sus días.

Una melancolía, una mansa resignación, la certidumbre de lo insignificante que es nuestro paso por este mundo. Grandes temas tocados con mucha sutileza y austera descripción.

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Hay otra línea interpretativa que cruza, sutilmente, la historia, que es la disolución de una familia en una diáspora globalizada. Los hermanos se separan y dan la espalda a su pasado y su herencia porque sus destinos están lejos de Francia. El único que siente con pesar la pérdida del patrimonio familiar, es aquel que se queda, aquel que ha enlazado su futuro con su país. Pero los otros tienen su vida en Estados Unidos o China; necesariamente deben dejar detrás su herencia, su pasado, sus recuerdos.

De “Las horas del verano” rescatamos toda la secuencia del último almuerzo familiar, la visita al museo, el café entre los hermanos, la discusión sobre qué hacer con la casa familiar.

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Dos películas de características similares pese a sus diferencias conceptuales. Dos películas para no dejar pasar, de interés para el cinéfilo.

CONSEJO: esperar al DVD, pero anotar.

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