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críticas chatarras

viernes, septiembre 14, 2007

los chicos sólo quieren divertirse 

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JUEGO DE AMOR ESQUIVO
“En la obra de Marivaux, los pajes, las criadas, los campesinos, los huérfanos no sólo participan plenamente en la intriga, sino que además poseen una vida privada, un mundo interior, sentimientos sutiles. No cumplen meramente una función social, sino que son hombres y mujeres de verdad, con derecho a una psicología compleja. Adquieren humanidad. Su función no basta por sí sola para definirlos.

Esto es lo que, para mí, constituye la modernidad de su punto de vista, incluso diría que su lado subversivo. Había más audacia en su enfoque que en la forma en que hoy día se refleja a las minorías. La representación simplista que se hace siempre de ellas demuestra una especie de pereza. Se les deniega ese mismo derecho a la diversidad y a la complejidad del que hablábamos.

En el caso de las personas que proceden de la inmigración, por ejemplo, el único rasgo que se les concede es el de su integración o ausencia de ella. Es una visión limitadísima. La representación de las minorías en el panorama audiovisual francés sufre una verdadera falta de curiosidad y de apertura al otro.”
ABDEL KECHICHE
comohacercine.com
Una joyita de construcción, una eficaz resolución de la puesta en escena, una historia que rompe con el estereotipo racial. El tunecino Abdel Kechiche (director y guionista de “Juegos de amor esquivo”) nos enfrenta a una realidad: las categorías sociológicas no tienen nada que ver con los individuos que agrupa. Un pibe musulmán de los barrios marginados de París, no es una entidad ideologizada, que actúa según las consignas políticas del momento. No. Siente, llora, ríe, sufre, por las mismas cosas que las otras personas, ¡como si fuera una persona! Esa es la visión revolucionaria de esta película: retratar al otro como un ser humano. Vaya revolución y vaya hallazgo.

Estamos en uno de los barrios periféricos de París, en esos lugares donde los noticieros nos muestran que arden coches y corren gentes. Pero aquí no pasa nada de eso. Aquí hay un grupo de pibes, adolescentes todos, que preparan una obra de teatro de Marivaux. Y, mientras preparan el texto, transcurre otro drama en paralelo, el drama trascendental y decisivo de toda persona, el drama que ocurre allá, acá y más al costado. Las penas de amor.

Las dos horas de película se consume en diálogos, diálogos que mueven la acción, diálogos que dicen una cosa pero que tienen otro sentido, porque es más lo que no se dice (lo que nos avergüenza decir) que lo que efectivamente se expresa.

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Krimo se enamoró de su amiga y compañera de estudio Lydia y ha dejado a Magali. Pero Magali no se ha dado por enterada y cree que es otra de esas cíclicas peleas de amantes, que convergerá a una rutinaria reconciliación. Lydia está loca con Krimo pero le histeriquea. No le dice que sí, pero tampoco le dice que no. Elude, esquiva, sortea la peligrosa definición del amor que es la declaración, que define un estado, tal vez fatal: la aceptación o el rechazo. En el medio están los amigos de ambos que opinan, meten bulla, toman partido por uno o por otro, se pelean y se amigan.

El conflicto racial y social opera en contexto. Se expresa en los diálogos violentos, en los insultos de los chicos, en la escena en que son brutalmente cacheados por la policía, en la violencia verbal que se advierte en la comunicación. Aunque uno se enternece con los personajes, se reconoce la agresividad en sus palabras. Pero ese es el logro del guión de Abdel Kechiche y Ghalia Lacroix que los actos de sus personajes son buenos, son nobles, que no se les ha pegado la escoria que los rodea. Ellos aman y temen amar y eso los hermana con su propia humanidad.

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En ese juego en espejo que es el teatro y la realidad, Krimo lleva la peor parte, por no seguir el juego, por no expresarse libremente, por no disfrutar sobre el escenario, por repetir las palabras pero no sentirlas. Tal vez, Krimo se ubique en el estereotipo, porque desde el estereotipo es más fácil excusarse sobre las falencias propias. A su modo, los demás, se dan la cabeza contra la pared, pero no pierden su individualidad. Con errores y aciertos, son personas. Una calificación más amplia que la simplificación con que los califica la sociedad.

El elenco juvenil es brillante, absolutamente fundamental para que funcione esta propuesta austera en recursos pero dinámica en términos dramáticos. Nos quedamos con Sara Forestier (la rubiecita que le roba el corazón a Krimo) y Sabrina Quazani (Frida, la morochita eternamente enojada). Pero todos, todos están a un altísimo nivel.

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Escenas destacadas: la patoteada de Magalí a Lydia para que no le coquetee a Krimo; cuando las “chicas” enfrentan a Magali para que entienda que Krimo ya la ha dejado (magistral esa lagrimita que cae cuando contesta: “hace lo que quieras, quedate con él, no me importa”); la reprimenda de la profesora en el teatro; la representación teatral.

Las mejores frases, mañana.

CONSEJO: imperdible para amantes del cine arte. Puede esperarse al DVD, pero es muy buena.

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