martes, julio 17, 2007
tragedia shakespeariana
LA MALDICIÓN DE LA FLOR DORADA
Para los que esperábamos de Zhang Yimou, otra historia de artes marciales al estilo “Héroe” o “La casa de las dagas voladoras”, nos llevamos la agradable sorpresa de encontrarnos con una tragedia de ribetes shakespearianos. Visualmente imponente, policroma en cada plano, “La maldición de la flor dorada” termina siendo un fuerte alegato contra el Estado totalitario y el valor de aquellos que lo enfrentan, aunque perezcan en el intento.
Conflictos entrecruzados de cuatro personajes. La Emperatriz tiene un romance con el hijo del Emperador, hombre de mando férreo e implacable. Su hijo biológico ha sido desterrado de la Corte y retorna a Palacio, perdonado por su padre, el Emperador. Otro hijo, más joven, espera su turno al mando. Se aproxima la Fiesta de los Crisantemos y la sorda lucha familiar en las alturas del poder, se oculta paredes adentro. Hacia fuera, se debe aparentar lealtad, unidad monolítica, armonía del Imperio.
Pero la lucha de poder está tomando tonos más oscuros. La Emperatriz muestra una notoria declinación física que se acrecienta con cada taza de una medicina administrada regularmente por orden del Emperador. Cada gota, es un enconado combate del matrimonio gobernante, una pulseada por un día más de vida.
La historia tiene los suficientes condimentos dramáticos para mantenerse por sí sola como examen de la lucha por el poder, de la ostentación de un poder omnímodo, sanguinario e hipócrita. Pero hay una segunda línea de interpretación, que encaja con la resolución del conflicto, cuando se hace gala de la capacidad del poder totalitario para absorber, sin mostrar mellas, hasta las propias rebeliones internas, tomadas como un dato más, como una contingencia sin entidad suficiente para hacer tambalear el poder constituido.
Otros servidores toman el rol de los caídos; las flores manchadas de sangre, se cambian por nuevas; las alfombras ajadas son sustituidas por impecables sustitutos. Diez minutos después de la masacre, todo está como antes. Los protagonistas se sientan a la misma mesa (símbolo del orden: Dios en el Cielo; el Emperador en la Tierra) y repiten las mismas ceremonias, signos de una rutina inconmovible de proporciones cósmicas.
Pero, la línea final, es la del personaje que se rebela ante ese poder, aunque signifique la muerte. El individuo que se niega a cumplir el rol que el Poder (el Emperador) ejerce con autoritaria suficiencia.
La alegoría política del Estado totalitario, parece tener nombre y apellido, parece tener muchos puntos en común con el régimen totalitario que rige en China.
Zhang Yimou cuenta con un elenco notable, donde se destaca el despotismo que emana de la interpretación de Chow Yun Fat y la oposición no menos feroz de Gong Li, la pareja real. Babita oriental para Gong Li que se banca cualquier plano que le tire Zhang Yimou (supo ser su novio, se nota).
La otra pata principalísima es la fotografía de Zhao Xiaoding enmarcada en una dirección de arte muy especial, característica de los filmes de Zhang Yimou. Para algunos podrá ser amaneramiento, excesivo regodeo visual, afectación en la composición. Para otros, entre los que nos incluimos, es la celebración del cine como arte visual.
Escenas destacadas: el primer enfrentamiento entre la Emperatriz y el Emperador al negarse a tomar la taza de té; el encuentro entre la mujer desconocida con la cara marcada y la Emperatriz; el encuentro final de ese personaje y los cuatro protagonistas finales; la paliza del Emperador a su hijo; la batalla en la puerta del Palacio; la escena de reconstrucción del campo de batalla.
Las mejores frases, mañana.
CONSEJO: ir a verla. Indispensable: un cine con buen sonido e imagen.
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