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críticas chatarras

jueves, marzo 15, 2007

la soledad del poder 

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LA REINA

En las democracias presidencialistas, elegimos un rey por los próximos cuatro años, para derrocarlo cuando estamos cansados de él. Cruel e intempestiva, la voluntad del pueblo es tan voluble como implacable. Para los que disfruten de los entretelones de la política, “La reina” es la película para agendar. Deliciosa observación del poder, con diálogos brillantes y apuntes agudos sobre los distintos tipos de liderazgo, esta película de Stephen Frears desborda de ingenio británico y acapara toda la pantalla en una antológica actuación, la de Helen Mirren, en la piel de Su Majestad Británica Elizabeth II.

“La reina” cuenta esas dos semanas de terror, tras la muerte de Lady Dy, en la que el pueblo británico se enojó con su reina y la monarquía, como institución, tambaleó peligrosamente. Con un estilo de docudrama, el guión de Peter Morgan confronta dos personajes, dos estilos, dos modos de liderazgo, dos legitimidades radicalmente distintas: Isabel II y el primer Premier Tony Blair (cuando nadie soñaba que se lo vería aliado a George W. Bush, en su raid por tierras iraquíes).

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Isabel II es la tradición, la parquedad, la estabilidad, la austeridad, la nula demostración emotiva; Tony Blair es la demagogia, la modernidad, lo mediático, lo dinámico, lo desbordante. En esas dos semanas, el arrollador carisma de Blair pone contra la pared a la monarquía británica que, sin saber cómo, pierde el apoyo de su gente. No es que la Reina haya hecho algo diferente a lo que venía haciendo, sino todo lo contrario: por hacer lo mismo que siempre, por profundizar en lo que siempre se sostuvo como una virtud, pierde el camino.

“Algo ha pasado. Se ha producido un cambio en los valores” dice Isabel II en un momento clave del filme. Cae en la cuenta que su pueblo le ha dado la espalda, que ha perdido el don de reconocer sus necesidades y que, salvo que intente otra cosa, esa ruptura será irreparable.

Sólo alguien en la cima de la popularidad, como lo estaba Tony Blair, puede comprender el superlativo sacrificio que hace la Reina, en su punto más bajo, para tragarse los sapos que son necesarios tragarse para volver a ganar el amor de su pueblo. Eso es ser un líder. Eso es ser un gobernante. Bancarse las lágrimas, morderse el labio y poner la cara para los cachetazos de la masa enfurecida a la que hay que guiar. Entre tantos giles que llegan a la cumbre del poder, sólo unos pocos elegidos comprenden, realmente lo que ese lugar significa. Y lo siente el recién llegado Blair cuando le abre una salida a la Realeza porque, más allá del juego de figuraciones que es la política, el verdadero animal político sabe que hay algo con lo que no se debe jugar: las instituciones. La monarquía está en el alma de la Gran Bretaña y quebrarla, es quebrar el espíritu de la Nación.

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Hay otros dos apuntes interesantes en el guión de “La reina”. Uno es el reemplazo del discurso racional medido al chantaje emocional mediático; como corolario, la transformación al conservadurismo del candidato que emerge del llano como un revolucionario y se aburguesa apenas cruza el umbral de la Casa de Gobierno (remember la célebre Ley Baglini). El segundo apunte: cuál es la vida útil de este modo de hacer política. En la escena final, conocedores ya de cómo ha evolucionado la vida política inglesa, el director nos guiña el ojo, en esa caminata por los jardines de Buckingham: la vieja zorra ya lo tiene en un dedo al novel político. El liderazgo de Isabel II trascenderá mucho más que el de Tony Blair.

La película tiene ese estilo fresco, liviano, muy punzante, típicamente británico. Obviamente, Helen Mirren acapara todas las miradas, porque su actuación es soberbia. Básicamente, porque tiene que expresar toda su emoción, en un personaje que se ha educado para no mostrar ninguna. Un rictus, un ligero temblor en la voz, una mirada de costado, es el símbolo de lo que la Reina piensa pero no puede decir. Esa permanente contención nos habla más de la soledad del poder y del peso que representa esa corona que cualquier parlamento.

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Pero el resto del elenco es sólido, muy eficaz y gira alrededor de Mirren con gran estilo, en especial Michael Sheen, el Tony Blair antagonista.

Escenas destacada: la escena del encuentro de la Reina con el ciervo; la primera charla entre Blair y la Reina; la salida de la Reina ante su gente, en la entrada del Palacio de Buckingham, cuando lee lo que la gente le ha dejado en las tarjetas de los ramos florales ofrendados a Diana Spencer; los diálogos entre Tony Blair y su esposa; los contrapuntos entre Isabel II y su hijo, el Príncipe Charles.

Las frases (muchas y excelentes), mañana.

CONSEJO: ir a verla. Aunque se puede esperar al video, sin mengua alguna.

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