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críticas chatarras

miércoles, febrero 21, 2007

gastar la imagen 

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LA CONQUISTA DEL HONOR

El primer capítulo de la aproximación de Clint Eastwood a la batalla de Iwo Jima, en la campaña del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial. La visión del lado norteamericano. Por alguna extraña razón, esta primera película recibió críticas menores y pasó, relativamente, indiferente por las pantallas locales. Sin embargo, “La conquista del honor” es, conceptual y dramáticamente, la mejor de este díptico bélico.

Durante los primeros veinte minutos de película, creemos que vamos a ver otra historia de soldados, la sintaxis clásica del registro de los reclutas en la víspera de la batalla, describir su naturaleza sencilla, sus bravuconadas o humor pavo. Luego, el momento épico y la violencia que contrasta con esa sencillez previa.

Bueno, no es así. Clint Eastwood (con el guión de William Broyles Jr. y Paul Haggis) se dedica a contar la historia de una imagen, la épica foto de los soldados estadounidenses levantando una bandera, en la cima de un cerro. La batalla es una excusa. Porque el tema central de la película es la explotación de la imagen, la utilización política de los que fueron héroes de guerra. El tema de “La conquista del honor” (pésima “traducción” de “Flags of our fathers”) es la historia de los tres soldados que levantaron la bandera en Iwo Jima, utilizados por el ejército norteamericano en deshumanas giras por el país con el objeto de recaudar fondos para financiar la guerra.

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Hay una idea central en el relato: la necesidad de la sociedad moderna de conmover con una imagen. Conmover para no interpretar. Conmover para atontar y responder con un reflejo. De todas las fotos tomadas ese día, fotos heroicas, fotos de hombres en el límite, fotos de compatriotas arriesgando sus vidas, de todas ellas, sólo hay una foto que sirve: la que expresa una victoria. No importa que las otras fotos muestren la verdad; nadie quiere saber la carroña de la guerra. Sólo el triunfalismo banal para que el poder pueda manipular a sus ciudadanos.

En las dos horas de película, Clint Eastwood nos habla de gastar la imagen. Es tan feroz, tan implacable la explotación de esa fotografía que, cada día que pasa, pierde un poco más de sentido, deja jirones de significado en el proceso. Para seguir provocando la reacción, se debe buscar otras vueltas de tuerca, se machaca sobre lo existente, hasta degradar la imagen original. La pose arquetípica se repite: en una estatua, un helado, una recreación en un campo de fútbol. Cada vez más fastuoso, cada vez con más aditamentos, hasta desdibujar el significado primigenio.

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Con gran agudeza, el guión contrapone la historia central con una serie de flashbacks, estratégicamente ubicados. La crudeza del combate cede paso a la no menos cruel utilización pública de los héroes de guerra. El soldado que se ha bancado ver a sus amigos volar en pedazos en el frente, no puede soportar el cinismo y la hipocresía de una sociedad que se los fagocita, con menos respeto que sus enemigos. La foto del gordo con su familia, posando junto al héroe de guerra que hace ondear una banderita deshilachada, es más dolorosa que un hombre desmembrado. Las reglas del campo de batalla son más sencillas: sólo se trata de sobrevivir. En la sociedad, la cuestión hasta dónde tendremos que llegar para sobrevivir, cuál es la cuota de dignidad que debemos dejar para no perecer.

Otra línea es la banalización del acto heroico. La obsecuencia a la imagen de la victoria deja de lado la comprensión del hecho heroico en sí. Lo sienten los tres soldados que representan a los otros, los que quedaron luchando en Iwo Jima: levantar una bandera no fue lo más trascendente que hicieron. Llevar un mensaje bajo fuego, entrar en una cueva presintiendo al enemigo, encarar a la metralla, hundir el cuchillo en el cuerpo del enemigo, son actos que pueden aproximarse al heroísmo. Pero la sociedad domesticada responde a las luces de color, al brillo de la toma vacua en desmedro de la auténtica prueba del valor.

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Esa es la historia que cuenta Clint Eastwood en, tal vez, una de sus mejores películas. Ese es el mensaje central, toda una vuelta de tuerca para no gastar, también, las imágenes de las películas bélicas. Tras “Salvando al soldado Ryan”, ¿cómo contar de nuevo la guerra? ¿cómo mostrar otra vez el horror del hombre bajo fuego, en un campo de batalla? Eastwood ha logrado advertir del riesgo de dejarse encandilar por el fuego fatuo de aquellos propagandistas que jamás pisaron un campo de batalla.

Puntos fuertes de esta historia, el parejo elenco, la fotografía de Tom Stern (con esos grises azulados con aires de fotos viejas, similar a la paleta de colores de “Band of brothers”), la edición, el diseño de arte y la banda de sonido del propio Clint Eastwood.

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Escenas destacadas: el helado cubierto por la salsa de fresa; la foto que se saca el gordo turista con Ira Hayes; las fotos (verdaderas de Iwo Jima) que acompañan los créditos finales; la escena del izamiento de la bandera; la secuencia del desembarco en la playa de Iwo Jima, esperando un ataque que no parece llegar; la escena del soldado que se cae del barco y es dejado atrás por su flota; la discusión con el gobernador y los tres soldados, por los 14 mil millones de dólares a recaudar.

Las frases, mañana.

CONSEJO: imperdible.

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