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críticas chatarras

miércoles, agosto 30, 2006

buscando desesperadamente a Ruth 

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LA CONDESA BLANCA

Cuando se nombra a James Ivory, salta al unísono otros dos apellidos: Merchant (Ismail, su productor) y Prawer Jhabvala (Ruth, su guionista). Este equipo ha logrado hacer cosas como “La mansión Howard” o “Un amor en Florencia” o “Lo que queda del día”, entre tantos títulos (algunos supremos, otros medianos, otros decididamente malos).

En general, las películas del trío Ivory-Merchant-Prawer Jhabvala, oscilan en la cuerda floja de la sutileza, describen a personajes que se mueven en estructuras rígidas, siguiendo pautas y convenciones impuestas por la sociedad, patrón tradicional descriptos en algún momento clave de cambio histórico. Los personajes de las películas de Ivory son dinosaurios, pero ellos no lo saben. Todo cambia, todo cruje alrededor, todo está por derrumbarse, todas las reglas están por ser reemplazadas por otras. Pero ellos siguen domesticados en esas normas con las que se educaron, sin darse cuenta que la realidad se les escurre como arena entre los dedos.

“La condesa blanca” es la última película de James Ivory y la última que produjo con Ismael Merchant, que falleció en mayo de 2005. Y para esta ocasión, Ivory prefirió contar con los servicios del novelista japonés Kazuo Ishiguro en el guión. Y la ausencia de su guionista predilecta se nota, porque “La condesa blanca” es una de esas historias de dinosaurios, pero a la que le falta ese clima sutil de sus mejores películas.

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Una aristócrata rusa venida a menos que se gana la vida en salones de baile; un ex diplomático norteamericano, ciego, que sobrelleva la muerte de su familia y el fin de su sueño, la formación de la Liga de las Naciones, creando otro sueño: un bar, burbuja donde aislarse en la Shanghai previa a la Segunda Guerra Mundial; un oscuro funcionario del Japón militarista a punto de colaborar en la invasión a China con un régimen títere. Estos tres personajes se cruzan, en una relación simbiótica, en dosis iguales de destrucción y redención.

El personaje mejor construido es el de Todd Jackson, el diplomático que encarna Ralph Fiennes, en una buena labor. Su complejidad psicológica engancha muy bien con el personaje del conspirativo Matsuda, el operador japonés que lo ayuda con el sueño de un bar. Pero el personaje de Natasha Richardson, la Condesa Blanca del título, no termina de encajar en esta historia, más allá de darle al relato cierto tono folletinesco.

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A “La condesa blanca” le falta un poco más de poesía, de sutileza en la interacción de los dos personajes centrales, un poco de esos pequeños detalles que retratan el cuadro sin expresarlo en palabras (habilidad en la que se destaca Ruth Prawer Jhabvala). La trama termina siendo muy descriptiva, sin que ese detalle tenga peso dramáticamente.

La familia política de la Condesa (incluyendo la hija) parece sobrar en la funcionalidad de la historia, pese a que cuenta con las hermanas Redgrave (Lynn es la tía de Natasha Richardson, la protagonista, hija de Vanessa). Nótese que la inclusión del personaje de la hija de la Condesa, pudo tener más injerencia en el cambio del protagonista (de la desesperanza a la búsqueda de otra oportunidad). Pero tampoco se aprovecha plenamente.

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Escenas: la visita de la Princesa Vera (exquisita Vanesa Redgrave) con su marido, al consulado ruso; la charla final entre Matsuda y Jackson. Frases: “Marsha, todas nos hemos enamorados de vez en cuando… para alimentar a nuestros hijos”; “Las mujeres, por supuesto, deben ser elegidas tan cuidadosamente como los guardias. Necesita una especie de equilibrio entre lo erótico y lo trágico”; “¿Ése es nuestro ciego, no?”; “Crecí con gente que creía en grandes puertas pesadas, como usted. Pero esas puertas no eran tan pesadas al final”; “Próximamente su gran sueño se hará realidad y aplastará a mi pequeño mundo aquí. Al igual que todos los otros pequeños mundos. Pero es la naturaleza de las cosas”; “Lo que voy a decirle puede hacerme quedar como un entrometido, pero ha sido mi privilegio observarlo de cerca los últimos tiempos. Y me pregunto si quizás, no ha llegado el tiempo para que usted considere construir otro mundo. Tal vez, un mundo con su Condesa”.

CONSEJO: esperar al video.

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