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críticas chatarras

lunes, julio 31, 2006

un engranaje más de la máquina 

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LA COMEDIA DEL PODER

"En realidad, debo admitir que su marido se tiró de un sexto piso y murió, y que yo lo lancé de un segundo y que no lo maté en la película. ¿Quién exageraba más la realidad o yo con la película?"
CLAUDE CHABROL
(la nación, 19.07.06)

"La comedia del poder" empieza con un "todo parecido con la realidad es fortuito". Es la primera ironía de Claude Chabrol, porque "La comedia del poder" es la descripción, casi literal, del escándalo financiero de la petrolera Elf, uno de los más importantes en la Europa de posguerra. Y su protagonista Jeanne Charmant-Killman, es el retrato fiel de Eva Joly, la jueza de instrucción que comandó la investigación que dejó al descubierto la red de corrupción entre empresarios y políticos. Feroz en su mirada sarcástica, "La comedia del poder" tiene ese estilo sutil característico del director francés con el que se siente como pez en el agua, más teniendo como actriz principal a esa auténtica bestia de la pantalla grande, la descomunal Isabelle Huppert.

No hay héroes en "La comedia del poder" porque Claude Chabrol retrató a su protagonista, la jueza Charmant-Killman (¿juego de palabras, entre "charme" y "kill-man"?) como un engranaje más de la gran maquinaria de corrupción. En algún momento del filme, podemos creer que la jueza tiene una actitud principista y que está decidida a barrer con toda la basura. Pero a medida que pasa el filme y vemos su cambio de peinado, sus trajes más caros, sus gestos calculados, sus miradas de puesta en escena, nos damos cuenta que ella también forma del mismo circo y que la maquinaria de la corrupción política necesita de estos actores, para aparentar que algo está cambiando, cuando nada cambia.

Bienintencionados, podemos creer que ella es lo suficientemente cándida e ingenua, que sólo al final se da cuenta que no se puede luchar contra los verdaderos dueños del poder. Pero el acento sarcástico de Chabrol, desde las primeras escenas, nos sugiere que esa no es su intención: Charmant-Killman es tan trepadora como sus oponentes. Cada uno necesita del otro para ascender.

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Hay un delicioso trabajo de Isabelle Huppert, hechos de pequeños detalles. Recomendamos prestar mucha atención a los cambios de vestuario, a la evolución del peinado, a los mobiliarios (en especial, los cambios en su oficina), el uso que le da a sus anteojos en las interrogaciones, las miradas de costado, fugaces, revoleando los ojos como una artista de teatro barato. (Apunte: noten la expresión, burda, cuando recibe la noticia de la hospitalización de su esposo). Compañeros de toda la evolución del personaje, son esos guantecitos rojos de mal gusto que la acompañan en toda la película. (Hacemos mención de la babita correspondiente para Isabelle Huppert, una de las rubias debilidades de la casa; en trajecito negro y pelo lacio, está apeteciblemente seductora; anotémosla para el ranking de fin de año).

Hay un segundo nivel en la composición del personaje de la jueza Charmant-Killman: el trabajo como sublimación erótica. La relación con su esposo es absolutamente fría, demasiado formal y calculada. No hay pasión en sus diálogos. Se adivina un tenso hastío, hasta un desprecio subterráneo y mutuo. Al contrario, las escenas con el sobrino de su marido (Thomas Chabrol, el hijo del director) son un elaborado juego de seducción, de flirteo amistoso, en dónde cada línea dice algo diferente a lo que enuncian las palabras. Esa voluptuosidad del personaje (ausente en su matrimonio) se repite en los interrogatorios a sus sospechosos. En términos técnicos: sólo en el juzgado, la jueza logra calentarse.

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Lamentablemente, casi un lugar común cuando comentamos alguna película de Claude Chabrol, no son sus obras de recomendación amplia. No porque sea un director hermético, sino sutil. Lo que cuenta en primer plano no tiene tanto valor, como lo que se sugiere en un segundo nivel. Y el espectador que se divierta interpretando esos guiños a medio camino, disfrutará mucho el filme. Para los otros, la película no termina nunca y no pasa nada. No es la película: son las diferencias en la percepción. Interpretar o no, los códigos que dispone el cineasta, que lo caracterizan como artista. Tan sencillo como eso; tan difícil como eso, también.

Escenas: los diálogos de Charmant-Killman con su jefe; el interrogatorio al dirigente responsable de distribuir los sobornos; el diálogo con el sobrino, en su departamento, tras el divorcio; la escena final; la escena del senador, con sus cómplices, alabando que han resistido la tormenta y eso habla bien de la fortaleza del sistema.

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Frases: "Que se vayan todos a la mierda"; "Todo parecido con la realidad es fortuito"; "Debemos ser positivos: lo importante es que hemos superado esta tormenta y el sistema ha resistido"; "No. No es talento lo que te falta. Es otra cosa. Algún día te lo diré".

CONSEJO: para amantes del cine francés; resto, abstenerse.

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