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críticas chatarras

miércoles, mayo 24, 2006

bajá el volumen 

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LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS

Si pudiéramos entrar a la sala y pedir que bajen el volumen a su mínimo expresión, "La marcha de los pingüinos" sería una buena película. Las espectaculares imágenes y la increíble historia natural de la larga marcha del pingüino emperador para tener sus crías, quedan disminuidas por el pésimo guión y la música de ascensor que lo acompañan. Cuando uno escucha frases como "¡Él no verá al mar!", "¡Miren, miren, doy mis primeros pasos!", "¿Habrá nacido mi hijo?" y otras líneas tan pero tan pavotas que tientan al vómito inducido, uno se pregunta porque no fueron lo bastante modesto para pasar sólo lo filmado durante cuatro años en la Antártida y se abstuvieron de cualquier comentario. Más aún, cuando la mayoría del relato en off no aporta ningún dato técnico (¿dónde queda el lugar?, ¿cuántos kilómetros separan a las pingüineras del mar?, ¿qué riesgos afronta el ecosistema de los pingüinos?). Para colmo, las versiones que llegaron a la Argentina, tienen la dulzura de lija de ese doblaje neutro televisivo de los '60. Un sufrimiento, casi como la marcha sobre la nieve de los animalitos.

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Así que haga un esfuerzo, abstráigase de toda la tontera que hay alrededor, y compenétrese de la historia de los pingüinos, de esas largas marchas por el desierto helado antártico para ir y traer comida para las crías, mientras uno de los padres espera, empollando el huevo entre las patas, para evitar que se congele al entrar en contacto con el suelo helado. También, tómese un tiempo para imaginarse el tipo que puso la cámara para tomar estas escenas, especular si la manejó a control remoto, si armó un campamento a unos metros, si se bancó el mismo frío de los pingüinos o si arriesgó la vida para mostrar estas imágenes que pocos humanos han visto.

Ese es el valor que tiene "La marcha de los pingüinos". El testimonio documental. Como película, es nula. Es más: cuesta comprender el esfuerzo que se deben haber tomado sus realizadores para arruinar el buen material que tenían entre manos.

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Un apunte al margen: no deja de admirarnos asistir a los mecanismos grotescos a los que recurre la vida para persistir. Bien mirada, nuestra propia epopeya no deja de ser menos grotesca y absurda.

Escenas: la escena del pingüinito atacado por un albatros (¿era un albatros?); la madre tratando de robarle el pichón a otra hembra; el cortejo sexual, con las pingüinas pegándose entre sí por el macho; el pingüinito rezagado que queda sólo en la llanura helada, condenado a la muerte.

CONSEJO: es para ver en pantalla grande. Si no es fanático de los documentales y la vida natural, dejar pasar.

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