viernes, febrero 03, 2006
las cabezas de la hidra
MUNICH
En algún otra época, una película como "Munich" hubiera movilizado a los medios de comunicación y a los críticos de cine, generando un fecundo debate político. Pero, en esta época y en este momento del mundo, "Munich" va a pasar eficaz e intencionalmente ignorada, injusto para este valiente análisis político y social. Steven Spielberg nos habla del terrorismo y del modo de combatirlo, de la trampa de la ley del talión, que la postura de demostrar fortaleza ante el enemigo y no concederle ningún espacio, sólo provoca enemigos más intransigentes, más odio y más violencia. En esta historia de una venganza, Spielberg nos muestra el lado humano del asesino, la enormidad de segar la vida de otro, de apagar la luz de una existencia. En toda guerra sin reglas, los soldados ponen en duda, su propia conciencia.
En 1972, durante los Juegos Olímpicos de Munich, "Septiembre Negro", un comando terrorista palestino, ingresó en la villa olímpica y tomó de rehenes a un grupo de deportistas israelíes pidiendo la liberación de más de un centenar de presos políticos. El operativo policial de respuesta fue un fracaso y todos murieron, israelíes y palestinos, rehenes y secuestradores, en una masacre que conmovió al mundo.
Los Juegos Olímpicos siguieron, tras el duelo de rigor. Pero para Golda Meir, premier israelí, y los principales dirigentes militares y de seguridad del país, era el momento de responder, con dureza, a este ataque. Fresco aún el recuerdo de la Segunda Guerra, nuevamente, un grupo de judíos, entregados de pies y manos a sus captores, en Alemania, sin poder defenderse. Si en el caso Eichmann, Israel había capturado al ex jerarca nazi en Argentina y lo había llevado a juicio, acá se decidió la táctica parapolicial: buscar, uno a uno, a cada terrorista y matarlo. "Munich" es la historia de esa venganza cuasi-oficial, la historia de Avner, el hombre que lideró el comando de exterminio, el padre de familia convencido de su misión y que va perdiendo su fe, poco a poco, en el camino.
"Munich" opera en dos niveles. En un primer nivel, es la evolución de un agente secreto que empieza a dudar de la legitimidad y utilidad de la misión que le ha sido encargada. El segundo nivel, es de orden psicológico. Es la castración de una madre que lo ha abandonado y del peso de la indiferencia de un padre ausente. Avner ha reemplazado a Israel, como la madre que no tuvo, y se siente obligado a calzarse las botas del héroe ausente. Pero, en oposición, Avner está frente a otro destino, otro camino: ser el marido y el padre de una nueva familia. Una nueva vida y un nuevo camino. Y la certeza de que el hogar no es aquello por lo que morimos, sino el lugar en donde vivimos, amamos y generamos vida.
Hay que seguir con atención el rol de dos personajes femeninos, vitales en el conflicto dramático de Avner. Daphna, la esposa de Avner, sensual, cálida, fértil, es uno de los puntos del vértice; la madre de Avner, reseca, astuta hasta la perfidia, voraz y oscura, es el otro. Avner juega entre esos extremos, entre el pasado y el futuro. No es casualidad que esa evolución recorra el arco de dos actos sexuales; el primero, sensual y cálido, con la panza de Daphna desbordada, en una escena de mucha ternura e intimidad; la otra, mecánica, con jirones de muerte entre los dedos, una auténtica lucha de Daphna para atraer a su esposo hacia la vida, hacia la sensualidad perdida, hacia la luz, dejando atrás el horror, el pasado y la sangre derramada.
En la charla final entre Avner y Ephraim está la tesis del filme. El Israel de Ephraim ha dejado de ser el anhelado hogar de los judíos perseguidos. Es un hogar, pero ya no del pueblo exiliado, de aquellos que sabían reconocer la diferencia entre el bien y el mal, y que se diferenciaban de otros pueblos por su sentido de la justicia. Ephraim ya no puede compartir el pan de Avner; lo siente traidor sólo porque Avner piensa diferente. El hogar por el que han luchado, se ha transformado en una cárcel. El territorio se tornó más valioso que en las personas que lo habitan.
Esa escena final, brillante y antológica, aporta otra lectura que trasciende el tiempo y pega de lleno al corazón de la actual política norteamericana contra el terrorismo fundamentalista islámico. La cámara deja a los protagonistas y se eleva sobre el horizonte, para mostrar el perfil de las Torres Gemelas, elevándose frente al cielo. El origen del monstruo está ahí, en la presunta señal de fortaleza que implica responder más fuerte que el que nos ha ofendido. La espiral se torna más violenta, más feroz, más desbordada y termina quemando a todos. Las palabras del pescador de Galilea resuenan, en este contexto, con actualizado potencial revolucionario.
Entre las observaciones de la película que vale subrayar, anoten la actitud de Occidente, jugando sus juegos de guerra fría, despreocupado de las víctimas de Medio Oriente. En la charla entre Avner y el terrorista palestino, compartiendo un cigarrillo en la noche de Atenas, está la confirmación de que ellos juegan otro juego más primitivo, otra lucha que supera al combate de Marx y al capitalismo, la necesidad de un hogar, un espacio donde volver por las noches. Avner descubre en el otro, en su enemigo, su misma pulsión. Y comprende ahí, recién en ese instante, que no son tan diferentes después de todo. En ese momento, nace su duda. "El hogar es todo" le dice el palestino, creyéndolo un vasco de ETA. Y Avner, el judío que lleva en su sangre los siglos del errar de su pueblo, es el único que puede comprender todo lo que eso significa.
Del elenco parejo, destacamos a Ciaran Hinds, como el experimentado Carl, y los parlamentos de Geoffrey Rush como Ephraim. Eric Bana no desentona, pero tampoco produce la actuación de su vida. Notable el personaje de Papa, interpretado por Michael Lonsdale.
Escenas a destacar: la reunión de Golda Meir con sus asesores, tras las muertes de los atletas olímpicos; el primer crimen, en Roma, al traductor de las "Noches Árabes"; las dos escenas sexuales comentadas; la escena final del film, en Nueva York; la escena entre Avner y el guerrillero palestino; la escena de la llamada telefónica para activar la bomba; la escena en la que Avner habla por teléfono con su hija; el diálogo final entre Avner y su madre.
Frases: "Es extraño pensar en uno mismo como un asesino"; "¡Ey, querida, es tu papá! Es mi voz... no olvides como suena, ¿sí?"; "No jodan con los judíos"; "Esta sangre nos volverá"; "Somos hombres trágicos. Manos de carnicero, almas gentiles"; "Olviden la paz por ahora. Debemos demostrar que somos fuertes"; "Nosotros tuvimos que tomarlo, porque nadie nos lo iba a dar"; "Tenemos los nombres de once palestinos, cada uno de los que planearon Munich. Los queremos a todos muertos"; "Ven a mi casa, a compartir mi pan. Eres un judío, en un país extraño y en algún dice que tienes que venir a mi hogar y compartir el pan conmigo", "No"; "El hogar lo es todo. No importa cuánto años nos lleve"; "¿Sabes lo que he hecho?", "No quiero saberlo. Sólo me importa que hiciste lo necesario"; "Son como las uñas. Las cortas y vuelven a crecer".
CONSEJO: imperdible. Pero no es una película pochoclera, avisamos.
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