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críticas chatarras

jueves, diciembre 01, 2005

una libra de carne 

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EL MERCADER DE VENECIA

¿Cómo volver a contar una historia tantas veces contadas? ¿De qué modo ser fiel al original sin repetirse, innovar sin duplicar? Ese es el principal problema que enfrentaba Michael Radford al adaptar el clásico de William Shakespeare, "El mercader de Venecia". De algún modo, salió airoso del dilema, echando mano a un par de recursos para actualizar la historia, sin apartarse del texto original. No obstante, la jornada no es completa: en comparación al "Enrique V" de logró Kenneth Branagh o al delirio creativo de Julie Taylor con la puesta de "Tito Andrónico" en "Titus", para dar dos ejemplos relativamente recientes, esta versión de "El mercader..." queda unos cuantos pasos atrás.

El texto de "El mercader de Venecia" (la historia del judío prestamista veneciano que exige una cruel fianza para prestarle dinero a un enemigo) no disimula el antisemitismo de los tiempos en que fue compuesta. Como muestra de incorrección política, valga este ejemplo, en la que un personaje dice: "razonan con el judío... tanto valdría que fueran a la playa y le rogasen a la marea que disminuya su altura habitual". Michael Radford, en una decisión acertada, no elimina esas referencias xenófobas del texto, sino que las vuelve el centro de su adaptación. La discriminación, religiosas o sexuales, es el tema del filme. La película empieza con Antonio (un hombre de bien, como lo definen más de una vez) escupiéndole en la cara a Shylock. El ambiente es asfixiante, en cada diálogo asoma el desprecio de los católicos a los venecianos judíos, quienes deben encerrarse por las noches en un sector de la ciudad, un ghetto, custodiadas sus puertas por vigías católicos (y corruptos, porque dejan pasar a cualquiera). Cuando sale el sol, están obligados a llevar un gorro rojo cuando caminan por las calles venecianas, a modo de identificación.

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La reacción de Shylock es la respuesta tipo del individuo que pertenece a un grupo segregado. Detrás de la obcecación sin piedad, de su reclamo de la libra de carne tomada del lugar más cercano al corazón, está el odio por ese desprecio de siglos, el rencor que confluye en su sed de venganza, de revancha. Y en el propio texto de Shakespeare está la brillante respuesta a ese dilema: si buscáramos justicia, todos estaríamos condenados; lo que buscamos es compasión.

Radford no se queda sólo en la discriminación a un grupo religioso. Relee el texto de Shakespeare y encuentra una relación homosexual entre Antonio y Bassanio; la depresión de Antonio, al empezar el filme, se explica en los pasos posteriores de Bassanio quien está en la busca de una esposa adinerada para recomponer sus finanzas, erosionadas por su despilfarro de juventud. Esta reinterpretación de la relación de los dos personajes, aporta nuevas lecturas a las escenas siguientes, sobre todo a la intervención de Porcia ante el Dux. En la tensión dramática del diálogo se adivina una lucha subterránea: Porcia comprende que el corazón de Bassanio está con Antonio. Tiene más peso aún, el pedido del anillo a Bassanio, el símbolo de su amor.

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La introducción de la homosexualidad, como de la marginación femenina, encarnada en el personaje de Jessica, la hija de Shylock (desheredada por seguir al hombre que ama; no en vano, la última imagen del filme), completa el cuadro: esta versión de "El mercader de Venecia" habla de los distintos tipos de discriminación (al judío, al gay, a la mujer).

Otro truco de Radford para actualizar el clásico, es el contexto. Aprovecha las reliquias edilicias de Venecia, para ambientar la historia. Desecha las postales turísticas y se queda con las callejas oscuras, los muros derruidos, el agua turbia en las aceras erosionadas. El vestuario ayuda a esa sensación de mundo en ruinas, de deterioro secular, interno y externo, sucio y pringoso.

Estos son los aciertos de la adaptación de Radford. Pero a la historia le cuesta, casi hasta el final, tomar calor. En parte por algunos desniveles del elenco. Más allá de los tics habituales de Al Pacino (aquí atenuados), la piedra al cuello de la actuación es Joseph Fiennes, candidato al premio "Mejor Actor arrojado por la Ventana sin Paracaídas 2005". Sus escenas hunden la película. La depresión de Jeremy Irons tampoco ayuda mucho.

No por casualidad, la película toma vuelo cerca del final, cuando aparece la confrontación entre Al Pacino y Lynn Collins (Porcia) que se roba el film. Baba para la pechugona rubicunda pero también nos sacamos el sombrero, más allá de su escote, por la dimensiones que aporta a cada parlamentos (comparar con Fiennes, si quiere provocarse un vómito). Ese largo debate final, por el reclamo de la libra de carne, es muy bueno. Allí están todas las sutilezas de la actuación de Collins y la delicia de las líneas escritas por uno de los mejores escritores de todos los tiempos.

Escenas: Shylock llorando por la huida de su hija y de su dinero, bajo la lluvia, por las calles inundadas de Venecia; la presentación final de Porcia, ante el Dux; la elección del cofre de Bassanio. Frases: "Tengo al mundo por lo que es, Gratiano. Un escenario donde cada hombre debe interpretar su rol y el mío es un triste rol", "El hombre es, sin embargo, un buen crédito", "Puedo comprarles a ustedes, venderles a ustedes, caminar con ustedes, hablar con ustedes, y así sucesivamente. Pero no comeré con ustedes, ni beberé con ustedes ni oraré con ustedes "; "Vienen y me dicen: 'Shylock, necesitamos dinero'. Y lo dices tú, tú que has escupido por debajo de mi barba y me has echado como a un perro de tu umbral. Dinero es lo que los trae. ¿Qué debería contestar? ¿No debería contestar '¿Tiene un perro dinero?'?"; "... si no me pagas en tal día, en tal sitio, tal suma o sumas como se expresen en la condición, que la multa consista en una libra exacta de tu carne que será cortada y retirada de la parte de tu cuerpo que me plazca", "Conforme, acepto. Sellaré dicho préstamo y diré que mucha es la generosidad del judío"; "Si faltases al pago el día convenido... ¿Qué he de ganar por la exigencia de la multa? Una libra de carne humana tomada de un hombre no tiene tanto valor";

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"¿Para qué te serviría su carne?", "Para carnada de peces. Si no alimenta nada más, alimentará mi venganza"; "¡Soy judío! ¿No tiene un judío ojos? ¿No tiene un judío manos? ¿Órganos, dimensiones? ¿Sentidos, dolencias, pasiones? ¿No nos alimentamos con la misma comida? ¿Herimos con las mismas armas? ¿No estamos sujetos a las mismas enfermedades? ¿No nos curamos por los mismos medios? ¿No nos calentamos y enfriamos con el mismo invierno y verano que los cristianos? Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos? Si nos envenenan, ¿acaso no morimos? Y si nos agravian, ¿no debemos vengarnos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío agravia a un cristiano... ¿Cuál es su humildad? Venganza. Si un cristiano agravia a un judío, ¿qué debiese sufrir según el ejemplo cristiano? Así es, venganza. La villanía que vosotros me habéis enseñado es la que ejecutaré. Y será dura, pero mejoraré la lección"; "Tu hija gastó en Génova, según oí, en una noche, 80 ducados", "¡Oh, me has clavado una daga! Nunca volveré a ver mi oro"; "Decidme dónde nace la fantasía. ¿En el corazón o en la cabeza? ¿Cómo se concibe? ¿Cómo se nutre?"; "El mundo continuamente se engaña en adornos. En la justicia, ¿qué causa tan sucia y corrupta existe que sazonada con una grácil voz, oculte su maldad? En la religión, ¿qué aborrecible mal que una sobria mente bendiga y apruebe con un evangelio ocultando su grosería con bellos ornamentos? Tened en cuenta la belleza y verás que está comprada por su peso"; "Gentil dama cuando por vez primera te confesé mi amor, francamente te dije que toda mi riqueza corría por mis venas. Soy un caballero y dije la verdad. Y aún así, querida dama, al valorarme en nada verás cuan jactancioso he sido. Cuando dije que mi fortuna equivalía a nada debí haberte dicho que era menos que nada, pues, de hecho, he comprometido a un querido amigo quien, a su vez, se ha comprometido a su peor enemigo para solventar mis necesidades"; "El hombre que no tiene música en si mismo ni se conmueve en la armonía de dulces sonidos está presto a la traición,
estratagemas e injurias. Las ocurrencias de su espíritu son sordas como la noche y sus afectos son oscuros como el Erebo. No debes confiar en tales hombres"; "¿Todos los hombres matan aquello que no aman? ¿Odia todo hombre aquello que no mata? No toda ofensa engendra el odio"; "La libra de carne que demando de él fue costosamente comprada. Es mía. ¡Es mía! Es mía. Y la tendré"; "Espero justicia. Respóndanme. ¿La tendré?"; "Entonces debe el judío ser piadoso", "¿Por fuerza de
qué debo serlo? Decidme", "La cualidad de la clemencia es que no es forzada. Cae como la gentil lluvia sobre quien se apreste bajo ella. Es dos veces bendita, pues bendice a quien la otorga como a quien la recibe. Es la más poderosa
entre los poderes. Se convierte en el trono del monarca más que en su corona. Su cetro muestra la fuerza de su poder temporal, el atributo de la majestuosidad en que se asienta el respeto y temor a los reyes. Pero la piedad está por encima del dominio del cetro. Su trono está en el corazón de los reyes. Es un atributo del mismísimo Dios y el poder terrenal no puede aproximarse más al de Dios salvo cuando la piedad sazona la justicia. Por lo tanto, judío, aunque la justicia sea vuestra excusa considera esto: si se nos aplicara justicia, nadie se salvaría. Todos rogamos piedad y ese mismo ruego nos enseñará a todos a rendirnos a la acción de la piedad"; "Una libra de la carne del mercader es vuestra. La corte la otorga y la ley la da"; "Me has presionado mucho, por tanto cederé. Dadme tus guantes. Los llevaré como recuerdo. Y por tu afecto, tomaré este anillo"; "Dulce doctor, serás mi compañero de lecho. Cuando esté ausente, dormirás con mi esposa".

CONSEJO: esperar al video.

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