martes, septiembre 27, 2005
discurso setentista
ILUMINADOS POR EL FUEGO
Volver a Malvinas. El símbolo del inicio del derrumbe de lo que alguna vez fue una nación. Otra traición más, para una generación que ha acumulado la seguidilla del Proceso, Malvinas, hiperinflación, indulto, desempleo, 20 de diciembre y la corporación política mafiosa que está terminando de rematar lo poco que queda. Alguna vez existió algo así como un país que se llamó Argentina, que se fue perdiendo de a pedazos, en hilachas de neuronas quemadas y sueños destruidos. Malvinas fue el principio del fin.
"Iluminados por el fuego" prometía, por ser la mirada a esa herida abierta, a ese absurdo derroche de muerte, pasados más de veinte años, el tiempo suficiente que no tenía "Los chicos de la guerra" de Bebe Kamín (más que digna y humana mirada a la guerra). Y en promesa se quedó nomás, una posibilidad perdida por torpezas propias de guión, pero también por un afán oportunista que no merecían los soldados que pusieron el pecho a la imbecilidad nacional.
Desde lo estrictamente cinematográfico, el guión de Tristan Bauer (con la co-autoría de Miguel Bonasso y de Edgardo Esteban y Gustavo Romero Borri, autores de la novela homónima) es sumamente endeble. Cuesta ver cuál es la historia que quiere contar, cómo influye el intento de suicidio del ex combatiente en el protagonista, cómo juegan los tramos del combate en la curva dramática de los personajes.
Como agravante, la actuación es tanto o más endeble que el guión. Gastón Pauls hace una obra maestra de la impavidez, el compañero ideal para cualquier póker; enfrente, Virginia Inoccenti en el festival del desborde. Las escenas de combate son dignas de destacar: las mejores escenas de guerra que se haya filmado en el cine nacional.
"Iluminados por el fuego" cae en el pecado del brochazo grueso, de la falta de matiz, de un mundo poblado de blancos y negros, sin grises. Indudablemente, debieron existir (y seguramente fueron mayoría), oficiales tan imbéciles como los que se ve en la película, gansos que se creían que la guerra era pegar dos gritos, como en la colimba. Pero ese esquematismo nos aleja de los personajes, de la identificación con esa epopeya donde se mezclaron las miserias y las grandezas, sin solución de continuidad. A ese festival de oficiales prepotentes, le faltan los héroes que también los hubo y que no deberían faltar, si el propósito de la película era retratar Malvinas.
La película está parada desde la vereda del colimba y es válida esa posición (uno de los autores de la novela, es veterano de Malvinas). En todo caso, puede admitirse que la película falló por impericia o por estar muy afectado emocionalmente con la historia a contar.
Sin embargo, no parece que ese esquematismo sea una casualidad. Rasgando la superficie (por ejemplo, viendo las colaboraciones y agradecimiento en los títulos finales), nos queda la sensación que la dicotomía colimbas - civiles vs. militares - genocidas, impunes por la ley de obediencia debida y el punto final, tiene el afán didáctico de postular la tesis de la generación del '70, la negación de la Teoría de los Dos Demonios, reciclada en estos tiempos post menemistas. En suma, esta necesidad de un enemigo que requiere este gobierno, para imponer la idea de que estamos viviendo algo diferente a lo que venimos viviendo en los últimos años (léase, una asociación ilícita con un interés común: el saqueo).
Esa postura, personalmente (y admito que es un juicio personal) es lo que me molestó sumamente del filme. Ese mensaje confuso del final, el de volver a Malvinas, junto a la denuncia de los enemigos de la OTAN que se regodean sobre la sangre de nuestros muertos (los mismos tipos a los que les estamos pagando puntualmente la deuda, por la misma gente que compartió lista con Menem en los tiempos del indulto y que se palmean orgullosos con George W, esa gente que no hace falta buscarla en los títulos finales para saber de quiénes estamos hablando), esa sensación de que utilizaron el recuerdo de los combatientes de Malvinas para vender su pescado podrido, me indignó profundamente. No se lo merecen los que murieron ni los que volvieron arrastrando sus heridas (físicas y mentales). La historia que estaba siendo contada merecía su respeto.
En estos días, hay una necesidad de la generación de los '70 de reescribir la historia. En parte para borrar el pasado, en parte para crear una ficción en el presente. Se impone la necesidad de analizar esos tiempos, con valentía y objetividad. Los asesinos del Proceso fueron llevados a juicio y sus crímenes fueron juzgados. No pueden negar lo que hicieron. Quedó probado. La mediocridad, autoritarismo, prepotencia de los militantes de los '70 no ha sido aún analizado. Es necesario, tal vez no para salvar el cuerpo de la nación, que ya está muerto, sino para que, a través de la autopsia, podamos saber de que morimos.
Cierro esta crítica - comentario, con un párrafo de un reportaje a Beatriz Sarlo en "Ñ", donde queda muy explícito los malabares que tienen que hacer esa generación para justificar su relativismo moral (o inmoral, váyase a saber a esta altura, tanta es la confusión):
"Yo creo que es fundamental decir 'No considerábamos el drama singular'. Pero la cuestión de la culpa es difícil de plantear. No puedo ser culpable de un crimen que no está enmarcado dentro de un universo ético. En nuestro universo ético no existían los derechos humanos. Lo que hay que condenar es ese universo ético, pero eso no nos convierte ineludiblemente en asesinos. Es bastante más complejo. Todos estábamos de acuerdo, la practicáramos o no, con la liquidación violenta de nuestros enemigos o no necesariamente enemigos. Pero tenemos que recordar que eso fue una configuración histórica, y mis valores presentes no eran los de ese momento. Por eso mi posición es extremadamente incómoda" ("Ñ",03.09.05)
CONSEJO: dejarla pasar.
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