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críticas chatarras

viernes, agosto 26, 2005

brisita 

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EL VIENTO

Primera escena: suena el teléfono, junto al retrato de una chica abrazando a una mujer mayor (deducimos que es la madre). El contestador telefónico dice en voz alta que la Dra. Osorio no está y que se deje el mensaje después de la señal. Segunda escena, una tumba sencilla, en medio del desierto patagónico, el viento soplando constante. Entre los presentes al entierro, distinguimos a un hombre, traje oscuro, sombrero, pelo mal cortado, ojos entrecerrados, el rostro esculpido por ese viento eterno (Frank, i.e. Federico Luppi). La lápida tiene un cartelito modesto: Ema Osorio. Después, volvemos a ver al hombre, detrás de una ventana, de una casa modesta, azotada por el viento patagónico que continúa tan inclemente como indiferente. Escena siguiente: el mismo hombre, baja una vieja valija remendada del ropero. Vacía los cajones y pone la ropa interior (escasa, modesta, percutida) en la valija. Luego, extiende un papel, sobre el que pone un revólver. Al lado, la caja de balas. Lo envuelve y oculta debajo de la ropa. Sale con su valija, cruza el camino, seguido por su perro, al que deja con un vecino al que especialmente le recomienda que se lo cuide. Luego, espera en la ruta (sola, desierta, en medio de la nada, erosionada por el viento patagónico, otra vez, como siempre, como lo será también cuando se haya ido), el micro que (se presiente) lo traerá a Buenos Aires.

Describimos estos primeros dos minutos de “El viento” por un motivo: lo que sigue no le llega a los talones. Esos dos minutos son, sencillamente, cine. Se plantea el personaje y se arroja un conflicto. ¿Por qué el arma? ¿Qué relación tiene con la muerta? ¿Qué relación con la médica del teléfono? ¿Para qué va a Buenos Aires? ¿Cuál es el problema de ese personaje? Con pocos elementos, sin palabras, el guión de Eduardo Mignogna y Graciela Maglie abre con una promesa de buen cine. ¿Tanto costaba seguir el ritmo interno de la historia, escuchar lo que los personajes tienen que decir, seguir la senda con la misma austeridad y silencio que acompañan al protagonista? Ese pecado del cine nacional actual: guiones malos, borradores de guión, para ser preciso. Otra buena idea; otra buena idea mal ejecutada.

No es que “El viento” sea una mala película. No. Es una película más. Es una película que no deja huella. Y ese es el pecado fatal, porque ese principio merecía mucho más.

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Anotemos una falla que es el síntoma de un guión no trabajado. Tras ese principio, ¿qué podíamos esperar de Frank, el protagonista, al que Luppi dota de un aspecto físico notable? El tipo no ha salido de su pueblo, en la Patagonia. Su carácter es hosco, ha sido un hombre autoritario, con un secreto quemándole el alma, durante tantos años de viento y tierra y soledad y frío. Acaba de enterrar a su hija y viene a cerrar las cuentas con su nieta, a quien no ve hace una década. Es ocasionalmente alcohólico; ansía el viento y el frío. Un personaje con este pasado: ¿puede hablar como un Luppi aristarainiano? Esto es: un hombre de hablar fluido, que intercala anécdotas en su conversación, que parece un Viejo Vizcacha, dotado del saber popular. Absolutamente no. Frank tiene que ser un hombre de silencios, hosco, monosilábico, un hombre que está, simplemente, como el viento patagónico. Es un hombre de gestos, de costumbres repetitivas. Está haciendo un gran sacrificio al venir a la ciudad: hay algo muy importante detrás, algo que le lleve la vida y que compense la muerte reciente de su hija.

Estas cavilaciones que garabateamos en esta crítica, son los primeros garabatos a la hora de empezar a pensar (no a escribir, a pensar) el guión. La segunda etapa era pensar cómo sería el personaje que interactuara con Frank, la otra punta de la historia, Alina, su nieta, la que también guarda rencores, silencios, protestas nunca dichas. Alina quiere saber quién fue su padre. Y esa es la deuda que Frank tiene que venir a saldar. ¿Cómo es su relación con los hombres? ¿Qué clase de médica es?

Tal vez, si Mignona no hubiera estado tan pendiente de imitar el estilo Carlos Sorín de “Historias mínimas” y “El perro”, hubiera podido contestar esas preguntas y lograr un filme memorable. El cine nacional está necesitando, más que películas (que la hay para tirar), oídos más atentos a escuchar las historias que los personajes de esas películas pretenden contar.

CONSEJO: esperar al video.

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