domingo, abril 03, 2005
los muertos que vos matáis
REENCARNACIÓN
¡Qué película difícil de recomendar! ¡Qué película imposible de no recomendar! “Reencarnación” tiene un don: el de la sutileza. Por eso es un gran fracaso comercial. Una historia no apta para espectadores impacientes, ni para un público que no se permita empaparse, lentamente, de la progresiva angustia que transmite el filme. “Reencarnación” tiene varios méritos para destacar, entre los que no es menor el especial trabajo de Nicole Kidman.
Argumento: hace diez años que murió Sean, el marido de Anna, una muerte que ella aún no ha podido superar. Parece que ha pasado el tiempo suficiente para retomar su vida; Anna acepta casarse con Joseph, un hombre que la comprende, lo suficiente para saber que no lo ama. Todo parece encarrilarse, hasta que un nenito golpea la puerta y se presenta como Sean, el marido de Anna, reencarnado. Ese es el gatillo disparador del filme.
Filmada como una película de los ’70 (hasta en la desprolijidad de dejar ver el micrófono de aire, en más de una toma), “Reencarnación” acierta en el clima opresivo e inexorable, remarcado en esos ambientes amplios, vacíos, sombríos, que sugieren una presencia, en la ausencia más plena. Otro hallazgo: la actitud de los personajes. A partir del momento en que el nene se presenta como Sean, todos lo miran condescendientes, desde la colina de la racionalidad. Pero cada gesto, cada mirada, cada tono, descubre que íntimamente, más allá de toda lógica, sienten que es Sean, un Sean que viene a alterar sus vidas, del mismo que lo hizo una década atrás, con su muerte.
Esa es una punta interesante del filme: el regreso de los muertos es más una incomodidad que una bendición. Necesitamos que los muertos mueran para siempre, que no haya vuelta atrás, para poder reemprender el camino, para dejarlos detrás, para siempre.
Otro logro de “Reencarnación”: el uso del primer plano como posibilidad expresiva dramática. Un botón como muestra: la escena en la ópera que transcurre, totalmente, con la cámara sobre el rostro de Nicole Kidman. La transformación de Anna, de las lágrimas a la sonrisa forzada, habla más que cualquier parlamento de lo que le sucede a la protagonista. Ahora sabe que Sean ha vuelto y, por primera vez, especula con las consecuencias de esa posibilidad hasta ayer fantástica.
Y si este recurso funciona se debe a la ductilidad de Nicole Kidman que logra, con esta película, otra notable actuación, imponiéndose otro desafío y saliendo airosa. No fue tan reconocida como en “Las horas”, “Moulin Rouge” o “Dogville”, pero merece ser tenido en cuenta, porque gran parte del clima sugerente del filme es exclusiva responsabilidad suya.
Entre los puntos flacos del filme, podría argüirse que por ser una película de imágenes, más que de palabras, “Reencarnación” flaquea en el clímax de los diálogos de algunas escenas (la primera de las dos escenas de Anna y el nene en la bañadera, por ejemplo), donde el remate no parece ser todo lo fuerte que sugería la acción.
Pero lo que es altamente destacable es el final. Y acá viene la advertencia: si usted viene leyendo esto y le dio ganas de ver “Reencarnación”, saltee este párrafo y vaya directamente al consejo, que le voy a contar el desenlace. Después no se queje. Guarde la crítica y la lee después, no moleste que no es para tanto.
Es altamente poético (ojo que voy con el final) la frase que resuelve el filme: “No soy Sean porque te amo”. Porque “resuelve” el enigma de la reencarnación, en varias bandas. Desde la lógica, deja la historia de Anna en la vereda del autoengaño patológico. Pero la deja a ella peor de lo que estaba: antes tenía, por lo menos, el recuerdo de un amor (aunque fuera falso). Ahora tiene la certeza de que ese amor nunca existió. Adoró un fantasma que era imposible que regresara, porque nunca había existido. Anna arruinó su vida por una mentira y no hay manera de que pueda recuperarla. Por otro lado, mantiene la veta fantástica ultraterrenal: el joven Sean ama a Anna, más allá de toda razón. Sólo que sus tiempos no han coincidido y tendrán que esperar “otra vida para amarte”. Si al principio de la película hubiéramos apostado por un desenlace, pocos hubieran elegido este final tan efectivo.
Escenas a destacar: la última escena de la bañera, con la revelación del joven Sean; la charla entre el joven Sean y Clara (breve y vital participación de Anne Heche); la escena del concierto. Anotamos la participación de Lauren Bacall, una histórica.
Frases: “¿Qué estás viendo?”, “Estoy viendo a mi esposa”; “Soy Sean”; “Me estás hiriendo”; “Supongo que nos encontraremos en otra vida”; “No le digas a Ana”; “No soy Sean porque te amo”.
CONSEJO: para público no pochoclero; si no siga de largo.
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